24 de septiembre de 2020

El balance necesario

A pesar de que desde abril de este año, mes y medio después del inicio de los efectos de la pandemia, ya se hablaba de una negociación con el FMI para la obtención de un crédito blando, no es hasta mediados de septiembre que el Gobierno de Costa Rica anuncia su propuesta de negociación con el organismo internacional. Para sorpresa de propios y extraños, las condiciones se basan en una reforma fiscal en busca de nuevos ingresos para el Estado, tan sólo 15 meses después de la entrada en vigor de la reforma anterior. Una ley tributaria que creaba nuevos impuestos e incrementaba otros. 

En 2018 la sociedad civil, encabezada por el sector privado, comprendió la necesidad de esta reforma, si bien desde el primer momento el apoyo contenía un importante mensaje para el Gobierno de Carlos Alvarado: el balance a la mayor presión fiscal debía ser un ajuste del aparato estatal. Sin embargo, este ajuste nunca llegó. Como tampoco llegaron medidas de reactivación económica que redujeran el impacto en el empleo que supusieron nuevos impuestos en una economía estancada. No parece que nuestros gobernantes hayan aprendido la lección.

 

Resulta evidente que esta propuesta gubernamental busca romper de forma definitiva aquel pacto tácito de 2018, así como el acuerdo político firmado por Carlos Alvarado y Rodolfo Piza, denominado Acuerdo Nacional, que muchos respaldamos y que un año después se convirtió en papel mojado. Las evidencias son contundentes y ya la maquinaria de los depredadores del presupuesto público está en marcha. Dos son los mensajes perversos que se están lanzando desde el depredador insaciable de recursos en que se ha convertido el Estado costarricense.

 

El primero es la amenaza clara y contundente que llega desde las filas de esa academia estatal elitista, sesgada y todopoderosa contra el principal generador de empleo privado de Costa Rica: las zonas francas. Ya las redes sociales arden contra el régimen fiscal de las zonas francas y la presión será mayor en los próximos días. Se trata de una suerte de chantaje brutal contra el sector privado, principalmente contra las decenas de miles de costarricenses que se desempeñan profesionalmente en las zonas francas. “O aceptas el nuevo paquete de impuestos o iré contra las zonas francas”, es el mensaje claro que los mamporreros de los que quieren mantener sus privilegios -hoy en el poder- nos están enviando.

 

El segundo mensaje consiste en culpar al sector privado de ser consistentemente evasor de impuestos. La Contraloría de la República hizo público en estos días un informe -¿casualidad?- acerca de la incapacidad del Ministerio de Hacienda para recaudar los impuestos existentes y señala una serie de falencias en los sistemas de control tributario. Este informe es troceado, interpretado, manoseado de forma partidaria para señalar que la culpa de dicha incapacidad es de los evasores, no del que debería controlar o, sencillamente, cobrar a los sujetos pasivos de los impuestos. La trágica noticia es que hasta en una parte del sector empresarial se aplaude dicha interpretación y se entona el mea culpa.

 

Ante este panorama el sector privado, de nuevo, se divide. Ya se oyen voces hablando de “balancear” la voracidad fiscal del Gobierno Alvarado. Algunos, quizá con irrisorias aspiraciones electorales, creen que este nuevo zarpazo a la creación de empleo y la inversión, les dejaría unas arcas estatales menos depauperadas en un hipotético -y muy remoto- triunfo en 2022. Otros ya han comprado las amenazas y prefieren que se hable de impuestos que no les afectan tanto antes de que les toquen el bolsillo por otro lado, al fin y al cabo siempre hay ganadores y perdedores.

 

Pero aquí el único balance que cabe es el de cumplir con el acuerdo de 2018: ajustar las finanzas públicas agrupando o eliminando instituciones, vendiendo activos que no cumplen ninguna función social o ajustando gasto público en donde menos afecte a la inversión pública. Cualquier otra propuesta que no empiece por un plan de choque de ajuste del gasto público resulta a todas luces inadmisible por parte de los que acordaron soportar el resultado de la reforma fiscal de 2018.

24 de julio de 2020

Coronavirus, información y estupidez


A los que les gusta el tono apocalíptico, esos que no se quitan la nueva normalidad de la boca, afirman que la pandemia generada por el coronavirus va a cambiar el mundo. En realidad la Humanidad ya estaba cambiando, siempre cambia, se mueve. Somos seres que avanzan, muchas veces sin rumbo, pero no sabemos estar quietos, y menos ahora, obligados por un virus. Por eso yo pienso que los cambios ya estaban ahí, latentes, presentes, escondidos o apenas enseñando la patita, el -la, los, las- Covid-19 sólo llegó para acelerarlos.

 

Nuestra dependencia digital se ha vuelto exponencial y, con ella, sus consecuencias, no todas positivas. Bertrand Russell afirmó que “con un poco de agilidad mental y un par de lecturas de segunda mano, cualquier hombre encuentra pruebas de aquello en lo que necesita creer”. Considerando que Russell murió en 1970, esa búsqueda debía ser de lecturas físicas, es decir, libros, periódicos, revistas, etc. ¿Se imagina el amable lector lo que significa hoy esa afirmación con la cantidad de acceso que tenemos a información?

 

Si alguien cree que la pandemia es una conspiración de algún maquiavélico magnate, sólo tiene que hacer la búsqueda correspondiente en Internet. Si llegó a la conclusión de que el virus nació en un laboratorio chino, hay miles de artículos que lo demuestran de forma fehaciente. Si opina que la mascarilla es el bálsamo de fierabrás, hay decenas de papers -ojo, antes los papers estaban vedados a los científicos y gente con muchos estudios- que así lo indican. Si piensa que no sirven para nada, también hay estudios que lo afirman con rotundidad.

 

La cuestión es que nos hemos vuelto cómodos, livianos, estúpidos, si se me permite. Sólo hay que agarrar una idea, una creencia, un trending topic y hacerlo propio, defenderlo a capa y espada, al final hay “lecturas” que nos apoyan, incluso videos, aunque sean de Playground. Acceso a más información no significa más criterio para tomar decisiones, porque la información requiere reflexión y análisis antes de convertise en opinión. El problema es ese: confundimos opinión con información. La inmensa mayoría de las lecturas contienen ya el análisis, la reflexión, las conclusiones, así que las tomamos porque era justo lo que estábamos buscando, pero son opiniones de terceros que refuerzan la nuestra.

 

Pero el ser humano ha renunciado ya al raciocinio superior que le fue otorgado. Ha dado por extinto el criterio propio. Prefiere sumarse al que gracil, dócil y asequible le ofrecen las lecturas de segunda mano. Y, juramentados tras una infinita capa de prejuicios, vamos tomando, cual Eva en el Paraíso, las manzanas que nos hacen más tupida la cota de malla de nuestras creencias, convertidas en verdades.

17 de julio de 2020

Como no puedo hablar del Covid, hablo de números

No voy a hablar del coronavirus, no me está permitido. Ya el pueblo decidió que no tengo autoridad para hacerlo. No tengo un postgrado en epidemiología en la UNA, ni estudios en la materia que me acrediten como experto, así que no hablaré. El presidente Alvarado parece que leyó -o le contaron- un artículo de Tomás Pueyo, por cierto del 19 de marzo de 2020, titulado El martillo y el baile y nos lo narran en cadena pública a diario, con desparpajo, como el que cuenta una anécdota. Entre el artículo y los conocimientos del Ministro de la Cosa, aquí nadie puede opinar sobre pandemias. 

 

Se le conoce como falacia de autoridad y está causando estragos, no sólo en Costa Rica. En España, un tipo que el 30 de enero dijo que España tendría apenas un caso suelto, se convirtió en el que manejó la crisis del coronavirus. El resultado ya lo conocemos 28.000 muertos oficiales y otros 16.000 que, según el experto, pudieron morir “en un accidente de tráfico enorme” en pleno confinamiento. Pero son los que saben, así que calladito más bonito. Cuando las cosas se tuercen salen sus palmeros diciendo “nadie tenía un manual para la pandemia”, ni yo un cargo de ministro.

 

Por suerte de números sí nos dejan hablar, pero con cuidado, no vaya a ser que no coincidan con las verdades universales que nos cuentan en cadena pública nacional a diario. ¿Pero esos no son epidemiólogos y expertos en salud? -se preguntarán. La respuesta es que ya trascendieron sus conocimientos académicos y ahora son semidioses que toman agua embotellada por el Instituto Costarricense de Acueductos y Alcantarillados (AyA), disponible sólo para las mentes privilegiadas de Zapote.

 

La cuestión es que este humilde economista hace números. Veamos, según los informes del Ministro de Seguridad Pública, entre el lunes y el miércoles de esta semana se han producido 1.700 denuncias al 911 relacionadas con “fiestas y otros comportamientos contrarios a las restricciones sanitarias”. Digamos que sólo la mitad eran fiestas, es decir, 850 fiestas privadas. Consideremos que “fiesta” es una actividad con una media de 20 personas (habrá fiestas de 10 y fiestas de 30), es decir, 17.000 personas estuvieron de fiesta entre el lunes y el miércoles en Costa Rica. Somos muy fiesteros.

 

En plena restricción vehicular, porque no hay taxis para movilizar a tanta gente, quiere decir que, si la mitad iban en su carro, a dos personas por carro, se desplazaron 4.250 vehículos. Debemos preguntarnos: ¿cuántas multas se pusieron por incumplir la restricción vehicular en esos días? Según indica algún diario fueron 484. Primer dato 4.250 contra 484, infiriendo que todos multados iban o venían de fiestas.

 

Pero ahondemos un poco más en los números que nos ofrecen a diario. El gran problema, según los que saben oficialmente del Covid-19, son las fiestas, especialmente los baby showers. A raíz de un té de canastilla se infectaron 21 de las personas que asistieron, los números luego cambiaron porque fue una celebración móvil, pero eso no importa, detalles, ¡bah!. La cuestión es que el riesgo es muy grande. Fijénse en los datos. Si entre lunes y miércoles hubo 17.000 personas de fiesta -de acuerdo con las 1.700 denuncias-, quiere decir que en los últimos siete días, sin contar con el factor fin de semana, unos 39.700 costarricenses estuvieron en fiestas. 

 

Digamos que sólo un 20 por ciento de los desalmados fiesteros se contagiaron en esas arriesgadas -sino suicidas- actividades sociales, entonces podemos pensar que unas 8.000 personas saldrán positivas por Covid-19 entre esta semana y la próxima. Eso sin contar con el factor de contagio comunitario que se calcula en 4 por cada infectado, o sea, 32.000 infectados en unos días. Si lo multiplicamos por 4 semanas ya tenemos 128.000 y, como es “exponencial”, tal y como dicen a diario mientras toman agua embotellada del AyA, podríamos pensar que en septiembre el Covid-19 ya estuvo en el 50 por ciento de la población.

Ahí llega la pregunta para los sabios: ¿qué sucedió entre el 8 de marzo y el 3 de junio, lapso de tiempo en el que los casos estuvieron bajo control? ¿no hubo fiestas? ¿no hubo baby showers? ¿no había gente que tomaba cerveza en la puerta de la pulpería?. Algo no cuadra en ese eslogan “Fiesta que veo fiesta que sapeo”. ¿Será que no hay tantas “fiestas”? ¿Será que hemos generado un mecanismo de odio y revanchismo contra el vecino que escucha música y toma cerveza en el balcón? ¿Será que no son tan peligrosas las “fiestas”?

 

Hoy, los que saben, nos sacan otro dato interesante: “A este paso en agosto habrá 360 personas en camas UCI”. Asusta, ¿eh? Veamos, de los 8.986 casos detectados al 15 de julio, 7.881 se produjeron desde el 3 de junio, es decir, en unos 40 días. Los casos se multiplicaron por siete, pero los hospitalizados en UCI sólo por dos. Para multiplicar por 10 los internados en UCI como están suponiendo en un mes, los casos se deberían multiplicar por 35. Con estas cifras llegaríamos a 314.000 casos. 

 

Hagamos otro número menos alegre y basado en los datos que tenemos desde que empezó la pandemia. Aproximadamente un 2 por ciento de los infectados detectados son hospitalizados y de esos un 12 por ciento pasan por la UCI. Para llegar a 360 personas en UCI los casos serían 150.000, en otras palabras, 15,8 veces el número actual de contagios en un mes. ¿Cómo lo ven? ¿Factible?

 

A pesar lo que pueda pensar el lector, yo no soy negacionista de los riesgos del virus y tomo muy en serio las recomendaciones (mascarilla, burbuja, etc). Tampoco soy un talibán de los que van señalando con el dedo a cualquiera que desacata los consejos diarios de los ministros. Creo que hay que ser prudente, sin caer en el pánico recomendado diariamente, ni en el intento claro de señalar a la población por el manejo de la crisis. Los responsables políticos, cuando les escribían loas en los medios internacionales y ahora que están enfrentando la verdadera pandemia que parecía no ir con ellos durante tres meses, son los únicos que deben rendir cuentas. Para lo bueno y para lo malo.

 

PD. Gracias a mi amigo Pepe por la serie de datos sobre el Covid-19 en Costa Rica.

24 de junio de 2020

La nueva anormalidad costarricense

Hablan los noticieros de que hicieron una fiesta en un “lujoso” condominio en Escazú el sábado. Un crimen de lesa humanidad sin duda. Ahí está el video, tomado por un vecino solitario y preocupado. Antes lo denominaban sapazo, pero ahora está bien visto. El Gobierno no descarta la creación de brigadas patrióticas para vigilar el comportamiento de los vecinos, al tiempo.
-       Papá, ¿tú nunca haces fiestas así? -le pregunta Roberto a su padre después de grabar y publicar la intimidad sus vecinos en un área privada.
-       No hijo, con esto del Covid no se pueden hacer fiestas -contesta el padre.
-       Bueno papá, antes de la pandemia tampoco hacías fiestas…
-       Es que a tu madre y a mí no nos gustan mucho las fiestas -decreta el progenitor para zanjar la conversación.
-       Por cierto, me das cinco mil pesos para pagar el glovo. Me pedí una pizza porque mamá no tenía ganas de cocinar y se fue a Multiplaza a comprar no sé qué.
     Los del Ministerio de Salud no pudieron entrar al condominio a recetar multas, que es lo que les pone, el glovo del videoaficionado sí, lo normal.
     Daniel Salas, Ministro de la Cosa, explica en la cadena pública diaria que hacer fiestas es malo, que va en contra de la nueva anormalidad y que hay que denunciar a los fiesteros y a los que hacen tés de canastilla, que son los nuevos forajidos. A renglón seguido anuncia que a partir del sábado hay que llevar mascarilla en el bus, que el bicho se compromete desde el lunes hasta el fin de semana a no atacar al personal en transporte público, aunque no lleven cubrebocas. Los buses son fiestas rodantes con 30 pasajeros, pero no salen en los noticieros, quizá porque no son “lujosos” o porque no hay música, ni tragos, ni vecinos de las brigadas patrióticas, vigilantes y amargados.
     Un helicóptero de la fuerza pública sobrevuela Tamarindo y sus alrededores buscando gente que pueda estar inclumpliendo las recomendaciones del régimen. Nos pasa por encima tres veces mientras estamos en la piscina del condominio para cerciorarse de que somos burbuja social, es decir, familia. Sin duda las rupturas de burbujas sociales son el primer problema del país en pleno estado de alarma por la pandemia. La frontera Norte es un mal menor, no hacen falta helicópteros de vigilancia por allí, en esa zona no hacen fiestas y menos en condominios "lujosos". 
     El Gobierno dice que es malo pasear por los parques y las playas, que se acumula mucha gente y tal. Es como ver a la Gestapo en las películas de nazis, ven un grupo de más de dos personas y se acercan a ordenarles “¡Dispérsense, dispérsense!”. El otro día los de la nueva Gestapo covidiana me sacaron de un parque cuando entré a retirar los excrementos de mi perro, me jugué la multa, pero dudé entre la multa por la caca del perro o la de entrar a un parque público. Hay que ser muy cauto en estos días de Covid-19 y Gestapo con gafas de Clark Kent.
     Uno ya no sabe si ir a un restaurante es bueno o es malo. La cuestión es que están abiertos -lo cual me alegra mucho- y allí sí se puede tomar con los amigos sin tanta complicación. Igual podemos pasear por un centro comercial sin mayor problema, pero jamás por un parque o una playa. En un centro comercial caben unas cinco mil personas, a diez metros cuadrados por alma. En el Parque Metropolitano de la Sabana el riesgo es mayor, ¡dónde va a parar!.
     Lo más importante de todo es no hacer muchos planes. De repente hoy te ponen el barrio en alerta naranja, te cierran dos carreteras o te dicen que tienes que andar con mascarilla al café de la esquina, los autobuses se conoce que aún tienen bula covidiana. Por lo menos en el café te puedes quitar el cubrebocas “para consumir”, dice Salas, Ministro de la Cosa, que es el que sabe del asunto. Faltaría más. 


13 de junio de 2020

Gracita Morales y lo que el viento se llevó

Dicen los sabios de lo políticamente correcto que la película Lo que el viento se llevó es racista. Así que las plataformas de entretenimiento digital, muy preocupadas por no caer mal entre la población sensible a los dictados de lo que se estila, la han retirado de sus menús. Parece, según dicen los conocedores del tema, que Mammy, la criada negra de Lo que el viento se llevó, ofrece en el filme una imagen feliz de la esclavitud en la que vivían. No tengo elementos de juicio para saber si esta afirmación es acertada o no. Lo que si puedo es compararla con la criada española de los años 60 y 70 que tantas veces interpretó la entrañable Gracita Morales. 

Imagino que ser empleada doméstica en España en los 60 no era lo mismo que ser esclava a principios del siglo XX en Carolina del Sur, pero tampoco veo los motivos por los que Gracita Morales aparecía feliz, incluso confianzuda y altanera, en sus aparaciones domésticas. Quizá deberían censurarse todas esas películas españolas en las que no se trata el personaje de la empleada del hogar adecuadamente. Siempre de acuerdo con los estándares que parezcan oportunos a los que saben de esto, de lo políticamente correcto. Ni que decir de Downton Abbey, en donde se ve tan contenta a la mayoría servicio doméstico. Si me apuran diría que muchos orgullosos de serlo. Deleznable, ¿no creen, señores expertos?

Marta Kauffman co-creadora de la exitosa serie de televisión Friends, dice que se arrepiente porque todos sus protagonistas eran blancos. ¡Vaya! También eran todos guapos, pero los feos no salen a manifestarse. Quizá tampoco se sientan feos los que lo son -o somos-, no sé. La cuestión es que hay decenas de series de televisión en las que todos los protagonistas son negros: Fresh Prince of Bel Air, Cosas de Casa, Back-Ish, etc. No he visto quejas al respecto. 

Me acuerdo mucho del Principe del Bel Air, protagonizada por Will Smith, el sobrino rebelde en una familia de millonarios negros. Una taimada crítica a los blancos wannabe aparecía entre chistes y travesuras. Pero no había protagonistas blancos, más bien eran los malos de la serie que se reían de Carlton y así todo. Asimetrías de lo políticamente correcto.

Parece que vivimos en un mundo en el que uno tiene que andar pidiendo perdón por todo. Por los genocidios de los romanos, sin duda principales antepasados nuestros; por los de los dictadores de cualquier raza o ideología -¿hay ideología en la dictadura?-, a los que hemos sufrido como el que más; o por cualquiera que haya cometido una atrocidad en nombre de la religión, la raza, la ideología o el sexo. Claro, siempre y cuando los agresores no pertenezcan a ningún grupo designado por los sabios como minoría a proteger.