20 de abril de 2010

Los franquistas


No, no caigamos en el error. Baltasar Garzón, ex-diputado del PSOE, no estaba mínimamente interesado en desenterrar a los muertos de la época más oscura de nuestra Historia reciente. Si fuera así hubiese admitido a trámite querellas de todos los colores: nacionales contra republicanos, republicanos contra nacionales, republicanos contra republicanos y nacionales contra nacionales. Porque de todo hubo en aquella lamentable contienda que tanto parecen añorar algunos ahora.

Garzón, junto con su recién nacido club de admiradores -¡qué lejos aquellos tiempos de los GAL!-, no están nada interesados en esos muertos, ni en sus familiares. A ellos lo que les interesa es desenterrar al muerto más cotizado de todos: a Francisco Franco. De hecho lo han logrado. No hay más que echar un vistazo a los titulares del oficialismo progresista patrio, o a las tertulias radiofónicas y televisivas de los comunicadores ungidos por el halo divido de la socialdemocracia, para darse cuenta de que el desenterrado aquí ha sido el dictador. Se conoce que lo echan de menos.

Aunque en realidad de lo que se trata no es de volver a pasear al caudillo por los platós, sino que lo que se pretende es trasladar a la sociedad española al enfrentamiento fratricida. Imbuir a los españoles en un ambiente de tensión, de odio visceral, de estas-conmigo-o-estás-contra-mi. Por eso hablan de "linchamiento" de ese juez-objeto en el que se ha convertido Garzón. De ahí que insulten a los miembros del Tribunal Supremo y pongan en tela de juicio la propia esencia de la democracia, que es la división de poderes. Eso sí, siempre y cuando las resoluciones judiciales no sean de su conveniencia.

Resulta patético ver cómo se repite hasta la saciedad la consigna básica de todo este circo: "Se está juzgando a Garzón por investigar los crímenes del franquismo". Falso, falso y cien veces falso. Este señor está en el banquillo, entre otras cosas, por haber instruido, presuntamente a sabiendas, una causa para la cual no era incompetente. Amén de hacerlo sabiendo, presuntamente, insisto, que existe una ley que zanjó esos crímenes durante la transición.

Poco importa que la verdad sea diferente de la que cuentan y que el rutilante juez esté además imputado por otros dos delitos. Pero la verdad no puede ensombrecer una buena consigna. Menos aún para la plana mayor del propagandismo del régimen, de esos Goebbels mancomunados que usufructúan los privilegios del poder en forma de subvenciones, publicidad institucional, contratos televisivos o cargos oficiales.

Peor aún es la banda de palmeros que les sigue enfervorizada por salones de actos y plazas de capital de provincia. Estos ni tan siquiera conocieron la dictadura y ahora son capaces de desgañitarse con tal de rememorar aquellas míticas carreras delante de los grises. No, tampoco sus mentores corrieron en el 68, la mayoría la única carrera que entendían era la de medrar a la sombra del régimen, cuando no eran apenas criaturas de primaria.

Sí, el franquismo ha vuelto. Lo han traído aquellos que no tuvieron ocasión de luchar contra él, dado que se encontraban amparados bajo él, o estaban en edad poco propicia para ello o, simplemente. Ahora se ven obligados a rescatarlo, no vaya a ser que alguien se dé cuenta de sus enormes privilegios ahora que están en el poder.

5 de abril de 2010

Semana Santa, ejemplo de simbiosis de los sectores público y privado


No son pocos los que dudan a estas alturas, de que la Semana Santa, sus desfiles procesionales, son, amén de un evento religioso de primer orden, uno de los mayores acontecimientos culturales y turísticos de Andalucía. Sobre todo en Granada, Málaga y Sevilla. A muchos parece molestar la implicación de las administraciones públicas en este tipo de manifestaciones culturales y religiosas. Por lo que no resulta descabellado analizar en términos de gasto público esta destacada fecha.

Mucho más allá de las cifras que todos los años se publican, sobre el volumen de negocio que generan las procesiones para las empresas del sector de la hostelería, o acerca del coste de ir vestido de nazareno, analicemos el fenómeno en términos de colaboración entre la iniciativa pública y privada.

Hay que tener presente que los desfiles procesionales nacen hoy en día de la iniciativa privada de las hermandades, las cuales sufragan con el aporte de sus cofrades y benefactores el coste de poner en la calle los pasos y tronos. Se trata, por tanto, de un acto religioso y cultural pagado desde el sector privado, algo que los detractores de la Semana Santa olvidan. Quizá estén demasiado acostumbrados a que sea la subvención pública la que haga posible casi con absoluta exclusividad la puesta en escena de exposiciones, representaciones y producciones culturales patrias.

El sector público, por su parte, realiza una contribución esencial como facilitador de las procesiones. Desde la organización del tráfico, hasta el engalanado de las ciudades, pasando por la limpieza y alumbrado de los recorridos. Se trata de una importante aportación económica pública que complementa la que realiza el sector privado. Una simbiosis difícil de encontrar en otros ámbitos económicos.

Y afirmo que se trata de una simbiosis porque ambas partes obtienen su particular beneficio de la relación. Los cofrades porque sin el concurso público difícilmente podrían llevar a cabo su actividad por excelencia. El sector público, principalmente los ayuntamientos, porque obtienen la mayor proyección turística para sus ciudades, además de facilitar a sus ciudadanos en general un acontecimiento cultural seguido de forma mayoritaria.

Si comparamos el coste que tiene para las administraciones públicas el apoyo que prestan a las procesiones de Semana Santa, con el tremendo impacto económico que tiene esta actividad para mayoría de las ciudades en las que se celebra, veremos que se trata de una inversión más que rentable. Más aún si lo comparamos con el coste/impacto que tiene otras actividades culturales o de promoción turística a las que tan acostumbrados nos tiene el sector público.

Un ejemplo a seguir, sin duda, pero que mucho me temo que no va a cundir entre los círculos culturales, los cuales prácticamente viven de la subvención pública.