24 de junio de 2020

La nueva anormalidad costarricense

Hablan los noticieros de que hicieron una fiesta en un “lujoso” condominio en Escazú el sábado. Un crimen de lesa humanidad sin duda. Ahí está el video, tomado por un vecino solitario y preocupado. Antes lo denominaban sapazo, pero ahora está bien visto. El Gobierno no descarta la creación de brigadas patrióticas para vigilar el comportamiento de los vecinos, al tiempo.
-       Papá, ¿tú nunca haces fiestas así? -le pregunta Roberto a su padre después de grabar y publicar la intimidad sus vecinos en un área privada.
-       No hijo, con esto del Covid no se pueden hacer fiestas -contesta el padre.
-       Bueno papá, antes de la pandemia tampoco hacías fiestas…
-       Es que a tu madre y a mí no nos gustan mucho las fiestas -decreta el progenitor para zanjar la conversación.
-       Por cierto, me das cinco mil pesos para pagar el glovo. Me pedí una pizza porque mamá no tenía ganas de cocinar y se fue a Multiplaza a comprar no sé qué.
     Los del Ministerio de Salud no pudieron entrar al condominio a recetar multas, que es lo que les pone, el glovo del videoaficionado sí, lo normal.
     Daniel Salas, Ministro de la Cosa, explica en la cadena pública diaria que hacer fiestas es malo, que va en contra de la nueva anormalidad y que hay que denunciar a los fiesteros y a los que hacen tés de canastilla, que son los nuevos forajidos. A renglón seguido anuncia que a partir del sábado hay que llevar mascarilla en el bus, que el bicho se compromete desde el lunes hasta el fin de semana a no atacar al personal en transporte público, aunque no lleven cubrebocas. Los buses son fiestas rodantes con 30 pasajeros, pero no salen en los noticieros, quizá porque no son “lujosos” o porque no hay música, ni tragos, ni vecinos de las brigadas patrióticas, vigilantes y amargados.
     Un helicóptero de la fuerza pública sobrevuela Tamarindo y sus alrededores buscando gente que pueda estar inclumpliendo las recomendaciones del régimen. Nos pasa por encima tres veces mientras estamos en la piscina del condominio para cerciorarse de que somos burbuja social, es decir, familia. Sin duda las rupturas de burbujas sociales son el primer problema del país en pleno estado de alarma por la pandemia. La frontera Norte es un mal menor, no hacen falta helicópteros de vigilancia por allí, en esa zona no hacen fiestas y menos en condominios "lujosos". 
     El Gobierno dice que es malo pasear por los parques y las playas, que se acumula mucha gente y tal. Es como ver a la Gestapo en las películas de nazis, ven un grupo de más de dos personas y se acercan a ordenarles “¡Dispérsense, dispérsense!”. El otro día los de la nueva Gestapo covidiana me sacaron de un parque cuando entré a retirar los excrementos de mi perro, me jugué la multa, pero dudé entre la multa por la caca del perro o la de entrar a un parque público. Hay que ser muy cauto en estos días de Covid-19 y Gestapo con gafas de Clark Kent.
     Uno ya no sabe si ir a un restaurante es bueno o es malo. La cuestión es que están abiertos -lo cual me alegra mucho- y allí sí se puede tomar con los amigos sin tanta complicación. Igual podemos pasear por un centro comercial sin mayor problema, pero jamás por un parque o una playa. En un centro comercial caben unas cinco mil personas, a diez metros cuadrados por alma. En el Parque Metropolitano de la Sabana el riesgo es mayor, ¡dónde va a parar!.
     Lo más importante de todo es no hacer muchos planes. De repente hoy te ponen el barrio en alerta naranja, te cierran dos carreteras o te dicen que tienes que andar con mascarilla al café de la esquina, los autobuses se conoce que aún tienen bula covidiana. Por lo menos en el café te puedes quitar el cubrebocas “para consumir”, dice Salas, Ministro de la Cosa, que es el que sabe del asunto. Faltaría más. 


13 de junio de 2020

Gracita Morales y lo que el viento se llevó

Dicen los sabios de lo políticamente correcto que la película Lo que el viento se llevó es racista. Así que las plataformas de entretenimiento digital, muy preocupadas por no caer mal entre la población sensible a los dictados de lo que se estila, la han retirado de sus menús. Parece, según dicen los conocedores del tema, que Mammy, la criada negra de Lo que el viento se llevó, ofrece en el filme una imagen feliz de la esclavitud en la que vivían. No tengo elementos de juicio para saber si esta afirmación es acertada o no. Lo que si puedo es compararla con la criada española de los años 60 y 70 que tantas veces interpretó la entrañable Gracita Morales. 

Imagino que ser empleada doméstica en España en los 60 no era lo mismo que ser esclava a principios del siglo XX en Carolina del Sur, pero tampoco veo los motivos por los que Gracita Morales aparecía feliz, incluso confianzuda y altanera, en sus aparaciones domésticas. Quizá deberían censurarse todas esas películas españolas en las que no se trata el personaje de la empleada del hogar adecuadamente. Siempre de acuerdo con los estándares que parezcan oportunos a los que saben de esto, de lo políticamente correcto. Ni que decir de Downton Abbey, en donde se ve tan contenta a la mayoría servicio doméstico. Si me apuran diría que muchos orgullosos de serlo. Deleznable, ¿no creen, señores expertos?

Marta Kauffman co-creadora de la exitosa serie de televisión Friends, dice que se arrepiente porque todos sus protagonistas eran blancos. ¡Vaya! También eran todos guapos, pero los feos no salen a manifestarse. Quizá tampoco se sientan feos los que lo son -o somos-, no sé. La cuestión es que hay decenas de series de televisión en las que todos los protagonistas son negros: Fresh Prince of Bel Air, Cosas de Casa, Back-Ish, etc. No he visto quejas al respecto. 

Me acuerdo mucho del Principe del Bel Air, protagonizada por Will Smith, el sobrino rebelde en una familia de millonarios negros. Una taimada crítica a los blancos wannabe aparecía entre chistes y travesuras. Pero no había protagonistas blancos, más bien eran los malos de la serie que se reían de Carlton y así todo. Asimetrías de lo políticamente correcto.

Parece que vivimos en un mundo en el que uno tiene que andar pidiendo perdón por todo. Por los genocidios de los romanos, sin duda principales antepasados nuestros; por los de los dictadores de cualquier raza o ideología -¿hay ideología en la dictadura?-, a los que hemos sufrido como el que más; o por cualquiera que haya cometido una atrocidad en nombre de la religión, la raza, la ideología o el sexo. Claro, siempre y cuando los agresores no pertenezcan a ningún grupo designado por los sabios como minoría a proteger.