23 de julio de 2012

Cuando la crisis se torna en oportunidad


Cuadro de los cargos políticos españoles

En estos tiempos de la voracidad informativa se aprenden cosas que, aunque puedan parecer insustanciales, nos dan al menos para una buena entrada en un artículo. Leo que el pictograma chino de la palabra “oportunidad” está contenido en el que significa “crisis”. Lo cual ha servido para derramar algún que otro arroyo de tinta, mayormente digital.

La realidad es que la actual crisis, como ocurre con los pictogramas chinos, contiene en su interior una tremenda oportunidad. Bajo mi punto de vista ha llegado el momento de que España dé un paso al frente y, si quiere salir de esta complicada situación, redefina desde cero el papel del estado en la economía.

El mundo ha evolucionado mucho desde que pasaron las guerras –incluida la civil española- que asolaron el planeta. Se concretaron las mayores reconstrucciones de la Historia, colapsaron la mayor parte de las dictaduras y cayó el mito del socialismo como sistema político-económico válido. Sin embargo, Occidente sigue apostando por la onmipresencia del estado en todos los órdenes de la vida de las personas. Especialmente en la vertiente económica.

El estado y sus extensiones territoriales nos rodean. Regulan e intervienen cada paso que damos: educación, sanidad, infraestructuras, seguridad, justicia, cultura, turismo, deporte y un larguísimo etcétera, que incluso llega a la extracción y producción de bienes y la prestación de servicios en competencia con el sector privado.

Nos hemos olvidado de que el estado ha sido creado para organizar la vida en sociedad, no para intervenir en la existencia de las personas. Ese olvido se ha transfigurado, para gran parte de los ciudadanos, en una absoluta necesidad de que sea el estado el que le resuelva la vida. En otras palabras, la vigencia del modelo socialista, oculto tras ese eufemismo conocido como Estado del Bienestar, así en mayúsculas, es un hecho.

La crisis de las economías más débiles de Europa, curiosamente en las que más peso tiene la administración pública, está demostrando que el modelo no es viable. Al menos en los países en los que este sistema ha derivado en la dependencia absoluta para gran parte de la población del estado como sustentador de sus economías familiares.

Así, nos encontramos paradojas como la existencia de más de tres millones de empleados públicos en España –casi medio millón son cargos políticos-, frente a los menos de dos millones de Alemania, país nada sospechoso de estar desmantelando el Estado del Bienestar. Amén de otras muchas comparaciones que a día de hoy ningún gobernante parece haberse planteado, seguramente porque supondrían un sonrojo demasiado evidente.

La oportunidad, llegados a este punto, pasa por circunscribir las funciones del estado a aquellas total y absolutamente necesarias para el desenvolvimiento de la vida en sociedad, así como que la misma se lleve a cabo dentro de una mínima igualdad de oportunidades para los ciudadanos. A todas luces sanidad y educación son básicas para estos objetivos. Como lo son las infraestructuras básicas, no los pantagruélicos proyectos que carecen de sentido y no favorecen a nadie.

Básica igualmente es la seguridad y la administración de la justicia. Elemento este último que ni en los mejores años de bonanza pareció ser objetivo de los programas gubernamentales. Fundamental un servicio exterior eficiente y con criterio unificado para defender los intereses económicos y políticos del país.

La administración lógica se redondea con una eficaz recaudación impositiva y las leyes mínimas para evitar lo que los economistas llamamos “externalidades negativas”, es decir, los efectos perjudiciales que determinadas acciones privadas pueden tener sobre terceros o sobre el mismo estado (contaminación del medioambiente, defensa de la competencia, etc).

Lo demás, no nos equivoquemos, son añadidos superfluos. Desde las televisiones públicas hasta los programas de cooperación con países que jamás nos apoyan. Pasando por la infinidad de subvenciones que reciben corporaciones privadas –con y sin ánimo lucro- para no se sabe bien qué fines.

Esta gran oportunidad puede ser resultar una quimera irrealizable. No tomar este tren nos llevará al colapso.