5 de septiembre de 2011

Desmitificando a los mercados


Una de las grandes consignas de la izquierda es su ataque sistemático contra los mercados. Los mercados son el lobo feroz de todos los males de esta sociedad, según la visión de la progresía mundial. Especialmente en estos momentos en los que se acabó la fiesta del grifo abierto del gasto público para patrocinar cualquier invento nacido del discurso del "gasto social".

Lo que no se paran a pensar todos los que repiten como papagayos cualquier dogma generado desde las tribunas de la autoridad moral de la izquierda, es que los mercados son parte de nuestras vidas. Entes que se rigen por creencias, miedos y expectativas como los seres humanos que los crean.

Pongamos un ejemplo cercano. Imaginemos un puesto de camisetas en los aledaños de alguna de aquellas acampadas ubicadas en alguna de las principales plazas de España. El propietario del establecimiento tiene que decidir qué tipo de camisetas pone a la venta en su modesto toldo. Esa decisión la toma en función de la expectativa que tiene sobre sus clientes potenciales: los acampados y demás acólitos. Una camiseta con la efigie de Ernesto Ché Guevara, tendrá más posibilidad de venderse que una con la bandera de España con el toro de Osborne serigrafiada.

Evidentemente el mercader opta por exponer las del mítico revolucionario, presidente que fue del Banco Nacional de Cuba, mucho más acordes con el público objetivo circundante. Oferta, demanda y expectativas de venta y beneficios condicionan la decisión del vendedor.

Sus clientes igualmente toman la decisión de compra teniendo en cuenta el grado de beneficios/ausencia de perjuicios que les ocasionará el producto. Seguramente la prenda con la imagen del activista es mucho más aceptada por los allí congregados, amén de generar menos animadversión ante el respetable que se da cita en la plaza.

Si tuviéramos que poner precio a ambos modelos de camiseta en esa situación, igualmente veríamos que la del guerrillero sería mucho más cara que la del serigrafiado patriótico. Sobre todo porque tiene una mayor posibilidad de venta entre los congregados.

Si trasladamos el ejemplo de las camisetas a la deuda soberana de los países veremos que ocurre algo similar. Son muchos menos los inversores dispuestos a comprar deuda de un país al borde de la suspensión de pagos, verbigracia Grecia, que los que se sienten atraídos por la deuda de un país sólido, como Alemania. Y eso que la deuda griega se paga al trece por ciento y la alemana al dos.

En otras ocasiones los inversores toman sus decisiones en función de la liquidez que tengan las inversiones a realizar. Es decir, la posibilidad de deshacerse de los productos adquiridos sin sufrir una pérdida. Volviendo al ejemplo del vendedor de camisetas, estará de acuerdo el lector en que le será más fácil deshacerse del género pretendidamente revolucionario que del torito y la bandera patria. Aniversario de la II República, mitin-fiesta del PCE, manifestaciones para abuchear a católicos… Las oportunidades para revender el producto no le van a faltar.

Los inversores en deuda pública piensan igual. Saben que las posibilidades de deshacerse de la deuda de un país al borde de la quiebra, y que emite diariamente cientos de millones de bonos para pagar intereses de otros bonos, son mucho menores que las de la deuda de un país con unas finanzas públicas saneadas y que emite deuda para pagar sus inversiones en mejorar la competitividad de su sociedad.

En los últimos meses he leído no pocas falacias de presuntos economistas sobre el tema de los mercados y la deuda soberana española. Puede que España no tenga una deuda pública tan elevada como Alemania u Holanda, pero su crecimiento ha sido espectacular en los últimos tres años. Los mercados, como cualquier hijo de vecino, no ven sólo un dato aislado, sino que miran al deudor –en este caso España- en su conjunto. Siendo la capacidad de devolución de la deuda el principal índice para la toma de decisiones de compra.

Volviendo al ejemplo de las camisetas. Apuesto a que el buen vendedor de Sol no fía ni una sola camiseta a sus clientes. Los cuales a buen seguro no tienen que pagar hipoteca, ni coche, ni ningún préstamo. Por el contrario seguro que no le importaría fiar a los que se compran un traje en una lujosa sastrería… por muchas deudas que tengan.

Pero claro, a los que ya han decidido que los culpables son los mercados les interesa bastante poco la lógica más elemental. Los líderes apunta, ellos sólo tienen que disparar.