19 de agosto de 2011

No quiero dos Españas


Los acontecimientos ocurridos en los últimos días han hecho salir a la superficie lo peor de nuestra idiosincrasia: el cainismo. Hoy es a cuenta de una manifestación religiosa, pero ayer fue por la aprobación de una ley y mañana por un paquete de medidas económicas. Por no hablar del fútbol, que tanto se asemeja a la política desde hace ya bastantes años.

Personalmente me he sentido atacado en estos días. Por un lado por los insultos gratuitos contra mi forma de pensar como católico. Por otro por los apoyos o silencios que la inmensa mayoría de los no creyentes han manifestado ante esas actitudes. Eso me ha hecho reaccionar de forma irracional, lo confieso. He atacado con el verbo a todos los que me han insultado o han amparado el insulto.

Esa actitud, aparentemente justificada, en realidad no es más que la reacción visceral que se desencadena ante la amenaza. Así, he alimentado ese sentimiento estúpido que demostramos los españoles antes los que no piensan como nosotros. “No soy como tú, soy mejor que tú”, parecemos gritar cada vez que sucede algo así. Son las famosas dos Españas. La de la derecha y la de la izquierda, la de los que creen y la de los que son ateos, la de los que perdieron y la de los que ganaron; y no me refiero a la Guerra Civil.

Pero hoy me rebelo contra ese sentimiento, contra mi propia actitud. Echo la vista atrás y recuerdo lo que ocurrió a mediados de mayo de este año. Sí, los españoles estábamos unidos. Buscábamos un fin común. Queríamos una mejor democracia.

Luego surgieron las diferencias. Los máximos y los mínimos. Los objetivos comunes ya no eran los mismos. Las dos Españas de nuevo en versión 15M. Los unos y los otros. Todo se ha ido desintegrando y lo de la JMJ ha sido el detonante para que las diferencias parezcan insalvables. Me equivoco. Nos equivocamos.

Este enfrentamiento continuo entre personas que piensan diferente es lo que nos esta exterminando como país y como sociedad. Sin embargo este enfrentamiento interesa. Sí, interesa a nuestra casta política, interesa a los medios de comunicación, que son los que al final toman partido por una u otra España y jalean a sus seguidores.

Seamos inteligentes, no sigamos cayendo en el error. Podemos salvar las diferencias o, al menos, aparcarlas, porque lo que TODOS queremos es un país mejor, una mejor sociedad. Creo que somos muchos, muchísimos, los que así pensamos. Por mucho que no coincidamos en el laicismo, en el Pacto del Euro o en las bondades de Mourinho,

No, yo no quiero dos Españas. Yo quiero un país unido frente a la crisis. ¡Recuperemos el espíritu del 15M!. Sumemos en lugar de restar.

1 de agosto de 2011

¿Por qué el 15M no quiere culpables?


Napoleón Bonaparte, quizá uno de los más destacados militares que la Historia nos ha aportado, afirmó que "en las revoluciones existen dos tipos de personas, los que las hacen y los que se aprovechan de ellas". Él lo sabía bien, no en vano fue la Revolución Francesa la que le permitió alcanzar el poder.

Hoy en España se habla de revolución. Incluso algunos hablan de revueltas y las comparan con las acaecidas meses atrás en Libia, Siria o Túnez. Ponen en el mismo plano las dictaduras de Oriente Medio y la crisis política y económica que vive nuestro país. Allí los culpables son los dictadores, aquí políticos y banqueros.

Desde las filas oficiales del 15M los culpables de todo esto están claros: bancos, multinacionales y políticos. Todos juntos, un totum revolutum compacto, sin nombres y apellidos. Quizá si acaso se menciona a Emilio Botín. Aunque a Rubalcaba curiosamente se le mienta por no haber disuelto las acampadas. Pero a los grandes artífices de la crisis que vive la sociedad española, a esos, ni se les nombra.

Todos iguales. Políticos. Gobiernen o sean oposición. Hayan negado la crisis, la hayan ocultado o la hayan señalado y denunciado. Estuviesen en la gestión de las instituciones o clamando en contra de esa gestión. Lo mismo da. Todos culpables. Curioso, ¿no les parece?.

Yo lo que creo es que la inmensa mayoría de los que hoy gritan en las acampadas sin empleo, con trabajos precarios, viviendo en casa de los padres a los treinta y tantos y demás fauna que aún no ha abierto los ojos, en realidad también son culpables. Sí, culpables cuando en 2004 se desgañitaban en contra de una guerra que se sucedía a miles de kilómetros, sin ni siquiera percatarse de que España vivía en el esplendor de una nueva época dorada. Cuando se tiraron a la calle en plena jornada de reflexión ante la llamada de hoy candidato "Queremos un gobierno que no nos mienta".

Con el estómago lleno importan mucho las guerras en páramos desérticos. Cuando el paro se deja sentir con toda su crudeza, poco interesa que España combata en Libia y Afganistán.

No, entonces no se quejaban de los políticos, sino de los gobernantes. Entonces Aznar era el gran culpable por enviar tropas a Irak. Así que masivamente votaron a Rodríguez Zapatero. El líder bueno, el político inmaculado, el de las políticas sociales. Ese que hoy parece no tener culpa de nada.

En 2008 cuando la crisis era un clamor, a pesar de los miles de millones de euros gastados para ocultarla –gasto social, que llaman algunos-, le volvieron a votar. Quizá algunos menos, no lo dudo. Por eso quizá no interese señalar con el dedo a los que mintieron, a los que ocultaron, a los que dilapidaron durante casi una década, a los que nos arrastraron a la ignominia internacional, a los que han llevado este país a la más profunda de las crisis que se recuerdan.

De ahí que no haya culpables en esta revolución de indignados. Por eso nos hablan de la “crisis que vive el sistema capitalista internacional”, coincidente con el discurso aquel de “es una crisis internacional que afecta a todos los países de nuestro entorno”.

No es por otro motivo por el que ya no quieren hablar de reformas democráticas, sino de “salida social a la crisis” y “stoprecortes”. Simplemente porque en esa amalgama impersonal no señalan con el dedo a los que nos trajeron aquí con su voto.

En esta supuesta revolución también habrá dos tipos de personas: los que gritan en las plazas y los que se aprovechan de ellos para ocultar su culpa.