La reelección de Barack Hussein Obama como presidente de los
Estados Unidos de América viene a ser, a mi juicio, la consolidación de la
degeneración democrática que vive Occidente.
Son tres los principales factores que afectan de forma muy profunda a
las raíces mismas de la esencia democrática, los cuales voy a desgranar con el
ejemplo de las recientes elecciones estadounidenses. Hago la salvedad previa de
que el ejemplo de las presidenciales americanas no es más que la culminación de
un largo proceso de decadencia democrática y que existen distintos grados de
tal descomposición. No es lo mismo el sistema democrático desplegado en los EE
UU, que la partitocracia que se vive en muchos países europeos o la demagogia
implantada en Venezuela.
El primer gran aspecto a considerar en este declive
democrático, es la presencia de los denominados mainstream, es decir, los grandes esquemas de pensamiento que
nuestra sociedad ha adoptado y que se convierten en verdaderos axiomas para el
público en general. Hoy, gracias a su incorporación diaria por parte de la
inmensa mayoría de los medios de comunicación y las redes sociales, su grado de
asimilación social y la velocidad de la misma es elevadísima.
En este sentido, Obama encarna a la perfección el reflejo de
estos mainstream. Pertenece a una
minoría racial, sus discursos siempre deambulan por la cuerda floja de lo
políticamente correcto –quizá el mainstream
más asumido por la sociedad estadounidense-, mantiene una distancia
prudente con la religión –especialmente con la de sus progenitores, la
musulmana- y abraza cualquier dogma moderno que se le ponga por delante. Desde
el asunto del cambio climático, hasta la defensa de los derechos de los
animales.
La imagen de Obama en este particular es intachable a lo largo
y ancho del Planeta. Los seguidores de las tendencias de lo políticamente
correcto en el mundo lo adoran. Obama es todo, aunque como gobernante haya
demostrado no ser absolutamente nada. Igualmente, de ahí que despierte tantas
simpatías entre las filas de la izquierda europea o latinoamericana. Obama, el
hombre que llevó la sanidad pública a los EE UU, el que comenzó a destruir las
estructuras del país más liberal del mundo… y así.
El segundo aspecto que viene socavando la democracia, quizá
en Europa y América Latina desde tiempos inmemoriales, es el (des)control del
presupuesto público. Los gobernantes tienen en sus manos un ingente poder
económico que utilizan a su antojo para mover voluntades electorales. Lo vimos
hace cinco años en España, cuando el gobierno de Rodríguez maquilló la crisis
elevando el gasto público hasta límites insospechados para mantenerse en el
poder. Se observa continuamente por parte de los populistas latinoamericanos:
Chávez, Correa, Ortega y demás testaferros del socialismo. Estos, sin el menor
sonrojo, directamente compran votos a cambio de techos de zinc o tiques de
comida entre las clases más desfavorecidas de los países que llevan gobernando
desde hace años, gracias a reformas
constitucionales ad hoc, dicho sea de paso.
Obama no ha sido ajeno a este movimiento. Además de gastar
ingentes cantidades de dinero público para frenar los efectos de la recesión,
lo ha hecho de forma electoralmente planificada. Así, ha incrementado –y ha
prometido aumentar más aún- las ayudas a estudiantes de bajos recursos, en su
mayor parte pertenecientes a minorías.
Ha realizado una inversión colosal para mantener la industria del automóvil en
Detroit, prometiendo hacer lo mismo en Cleveland o Toledo, por ejemplo. Así,
Obama se ha asegurado el triunfo en estados que no le eran tan favorables, como
Michigan, Ohio, Wisconsin y Pensilvania.
El tercer factor es el protagonismo que están alcanzando las
denominadas minorías. Me refiero así
a estos estratos al comprobar que para los medios de comunicación las minorías son espectros poblacionales que
alcanzan individualmente el 25 por ciento del censo electoral. Como los latinos
en los EE UU. Incluso los afroamericanos, representan casi una sexta parte de
la población norteamericana.
Es decir, que esas minorías no son tales sino a efectos de
exigir un tratamiento diferenciado por parte de los candidatos. En el caso de
Obama, su condición de afroamericano ya supone la alineación de la práctica
totalidad de una minoría, que le viene garantizando unos 15 millones de votos,
esto es, un 20% de la totalidad de los votos obtenidos.
Pero, ¿cómo afectan estos tres factores a la democracia?. En
primer lugar, el efecto de los mainstream
es claro y notorio cuando existe un elevado porcentaje de los votantes que
fijan su mirada en el alineamiento de los líderes políticos con aquellos, amén
del reflejo que los medios de comunicación vierten sobre el mismo.
En este sentido, Obama fue designado premio Nobel de la Paz
sin motivo alguno. Posteriormente se ha granjeado una fama de líder moderado y
políticamente correcto, volcado con las minorías e incapaz de entrar en guerra,
que lo impulsan como favorito ante determinado público. Tal es el caso de los
jóvenes, cuya preocupación más importante no es precisamente sacar una familia
adelante. Obama es el gran favorito de los votantes menores porque su simpatía
hacia las causas utópicas se ha quedado demostrada a base de golpes de efecto.
Un caso peculiar es el de la recién electa senadora por el
estado de Massachusetts Elizabeth Warren. Profesora de Harvard e inspiradora
del movimiento Occupy Wall Street
–los indignados de Starbucks-, se
autodenominó descendiente de los indios cherokees. Su discurso contra los ricos
ha calado profundamente entre la población y le ha llevado a ganar el estatus
de senadora. Este discurso supone un giro radical en un país en el que el
esfuerzo y la superación personal, lejos de ser un pecado, producían
admiración. Personajes como Warren, han cambiado drásticamente esa percepción
entre la masa votante americana. Eso sí, esta señora nunca habla acerca del más
de medio millón de dólares que se embolsa anualmente como conferenciante.
La utilización partidista de los fondos públicos no requiere
de grandes explicaciones. Obama lo ha hecho con la maestría. Se ha dirigido
exactamente a los segmentos a los que necesitaba convencer de cara a las
elecciones: los estados industriales, a los que ha colmado de ayudas –y/o
promesas- y a las minorías.
En un reciente viaje a los EE UU, una madre portorriqueña
que trabaja en American Airlines me
contaba que, a pesar de su tendencia republicana, iba a votar a Obama porque
había prometido dar mayores becas para ir a la universidad. Que nadie me
malinterprete, yo crecí recibiendo becas para estudiar, pero, ¿es el reparto de
becas en los EE UU una política de estado para un país tremendamente endeudado
o se trata de una artimaña electoralista?.
El efecto de las minorías
es el más curioso de todos. En primer lugar porque cada día esas minorías son más mayoritarias. Pero
sobre todo porque exigen un tratamiento diferenciado a nivel electoral. Desde
incluir a un miembro de esas minorías entre el equipo de los que se postulan –o
el propio aspirante-, hasta incorporar al discurso toda clase de guiños hacia
las mismas.
Los candidatos tienen que satisfacer las demandas de los
gais, por ejemplo, si quieren vencer en California. Proponer leyes migratorias
flexibles para los latinoamericanos, si desean unos buenos resultados en
Florida o Colorado. Poner a muchas estrellas del rock en los anuncios de
campaña, si tienen la mirada puesta en los grandes núcleos de población en los
que residen los jóvenes. O sortear una cena con George Clooney entre las
señoras de entre 40 y 49 años que aporten fondos a la campaña.
En esta nueva
democracia ya no cuentan los resultados. Por ejemplo, las deportaciones de
latinoamericanos se han visto incrementadas de forma considerable durante la
Administración Obama. Principalmente fruto de leyes federales que permiten a
policías locales y estatales actuar como agentes federales migratorios. Y ello,
a pesar de la incumplida promesa expresa de Obama de aligerar las leyes
migratorias.
Sin embargo, el voto latino se ha volcado aún más con Obama
que en 2008, dado que los republicanos son incapaces de quitarse el sambenito
de ser contrarios a la inmigración. Además de la visión de los demócratas para
poner en acción a sus equipos integrados por latinos que históricamente dominan
la comunidad hispana.
El caso norteamericano, aún siendo una de las democracias
más consolidadas y quizá menos polarizadas, está siguiendo los derroteros de
otros países occidentales. Con el agravante de que es el país en el que más
rápidamente los mainstream son
asumidos por la sociedad y la nación con mayor cantidad de ciudadanos que
pertenecen a una u otra minoría.
Los efectos van más allá de lo electoral. El uso
indiscriminado del presupuesto público con fines veladamente electoralistas, la
criminalización progresiva de la riqueza o la preponderancia de las minorías son factores que siembran
serias dudas acerca del futuro de los EE UU como líder de este nuestro
Occidente, tan deteriorado.
2 comentarios:
Comparto buena parte de tus reflexiones, pero... ¿como es que los adversarios de Obana, del partido republicano, se nos aparecen siempre como verdaderos tarugos, paletos reaccionarios y trogloditas?, ¿lo son realmente o en Europa solo se destacan sus catetadas, que no suelen ser pocas por cierto?
Mi estimado Bag,
Gracias por leerte este ladrillazo con el tamaño de tres artículos normales.
En realidad, creo que la prensa europea es la que magnifica los valores izquierdistas de un Obama que es mucho más pragmático a la hora de la verdad. Mientras pone de relieve cualquier rasgo del pasado gris de sus rivales o de los republicanos cafres, que los hay y ahí se han quedado, en la cuneta.
Eso no quita para afirmar que Romney ha cometido errores graves en la campaña. Todo sea dicho de paso.
Un abrazo.
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