Después de muchos años el terrorismo islámico vuelve a
golpear con fuerza a España. De nuevo en una de sus grandes ciudades y buscando
una masacre de grandes proporciones. Desde la tragedia de 2004, España había
permanecido inmune a este tipo de atentados. En gran parte gracias a la
experiencia adquirida durante décadas de lucha contra la banda asesina ETA, hoy
en vías de desaparición, por parte de los cuerpos de seguridad españoles.
Ante este tipo de ataques indiscriminados da la impresión,
visto lo sucedido en La Rambla barcelonesa,
que nadie está a salvo. No obstante, el atentado del pasado jueves, que
se cobró la vida de 15 seres humanos inocentes, nos lleva a reflexionar más
allá de las noticias que se producen al calor de los acontecimientos. Un
análisis que nos lleva a pensar si la infalibilidad de la seguridad
convencional es suficiente.
Lo primero que aprendo después del criminal acontencimiento
es que en Cataluña viven más de 500.000 musulmanes –más de 200.000 son marroquíes-,
representando un 7 por ciento del total de la poblacion catalana. Se trata de
la primera comunidad autónoma española con más población de esta tendencia
religiosa, seguida muy de lejos por Andalucía que apenas llega a los 300.000
residentes musulmanes, en donde apenas representan un 3,7 por ciento de los
ciudadanos.
Una cifra que, aislada, nada tiene de particular. Por eso
hemos de indagar más y saber que hace quince años el número de musulmanes en
Cataluña era de apenas 30.000. A pesar de la dura crisis económica vivida en
España, el número de inmigrantes musulmanes en Cataluña no ha cesado de crecer.
Las causas se deben a dos factores fundamentales: la erradicación progresiva
del castellano y la promoción de la inmigración marroquí.
Las políticas lingüísiticas emprendidas por los diferentes
gobiernos catalanes a lo largo de los 20 últimos años, han ido profundizando en
una paulatina eliminación del español en todos los ámbitos de la vida.
Comenzando por los puestos de trabajo a los que aspiran los recién llegados y
continuando por las escuelas en las que los hijos de los inmigrantes se
inscriben.
Esto motiva que, a diferencia del resto de España, para los
inmigrantes latinoamericanos, mayoritarios en la totalidad de la geografía
nacional, se dificulta acceder por motivos lingüísticos a un puesto de trabajo.
Dicho de otro modo, para un ecuatoriano, colombiano o argentino es mucho más
fácil iniciar una nueva vida en un lugar en el que se habla su lengua materna
que en uno en el que tiene que aprender un idioma nuevo.
Pero la causa más importante de la masiva llegada de
musulmanes a Cataluña, parecen ser las campañas activas emprendidas por el
nacionalismo catalán para atraer a ciudadanos marroquíes. Su precursor más
significativo fue el ex ERC Angel Colom que, tras pasarse a las filas de CDC,
inició todo un periplo “diplomático” en Marruecos para beneficiar la
inmigración del país magrebí a Cataluña.

Llegados a este punto entra en juego la relación entre todo
este movimiento político-migratorio con la consideración, por parte de los
servicios de inteligencia de medio mundo, de Cataluña como uno de los focos más
importanes del yihadismo en Europa. Un dato clave es que el 75 por ciento, de
las mezquitas radicalizadas -79 mezquitas salafistas, según datos de los
propios Mossos d´Esquadra- existentes en
España, se encuentran en territorio catalán. Sin ir más lejos el imán de la
mezquita de Ripoll era uno de los terroristas –muy probablemente el líder de la
célula- involucrados en los sucesos del 17 de agosto.

No faltará quien trate de encontrar un tufo de islamofobia
en estas líneas. Nada más lejos de la realidad. El islamismo es una religión
basada en el amor al prójimo como lo son el resto de religiones monoteístas
mayoritarias. El asunto es que dentro de sus filas el radicalismo crece y se
esconde con total impunidad. Quizá deberían ser los musulmanes de bien, muy
posiblemente víctimas en estos tiempos que corren del miedo y la amenaza, los
que dieran un paso al frente para ayudar a las fuerzas de seguridad a erradicar
esta lacra del siglo XXI.