Más allá de analizar los resultados
electorales del domingo, me parece más oportuno señalar cómo deberíamos
reflexionar al respecto de los mismos de cara a los pactos que se avecinan.
Porque de pactos trata ahora este juego y, en tal magnitud, que nunca antes
habíamos asistido a un escenario parecido. Ni por el número de actores, ni por
el pelaje de los mismos.
Con esta perspectiva, más que analizar
datos lo que cabe es analizar realidades. Porque una vez más asistimos a la
ceremonia del todos ganan, pero
todos, absolutamente todos han perdido en estas elecciones. Unos en votos y
otros en expectativas de voto. Pero los que más pueden perder, en este nuevo
escenario, son precisamente aquellos que acudieron a votar el domingo. De ahí
que quizá haya que revisar, no los resultados, pero sí lo que se deriva de los
mismos que son las enseñanzas para los actores que van a tener una parte
importante del futuro –y la recuperación- de España en sus manos.
El Partido Popular no puede sacar pecho
de estos resultados. El mapa teñido de azul que presenciamos el domingo a
última hora de la noche no es más que un espejismo, porque todo apunta a que
los pactos no le van a favorecer. Ha llegado la hora de la renovación de un partido
que mantiene intacto el aparato de la debacle de 2004. El domingo se movieron
los cimientos de aquel "Roma se conquista desde las provincias", que
estableciera Aznar de forma tácita. Y con este terremoto se tiene que ir la
soberbia instalada en Génova desde aquella mayoría absoluta del año 2000.
En el PP tienen que cambiar mucho las
cosas, no sólo las caras. Estos resultados son la oportunidad para Rajoy de
pensar en su partido más allá del 13 de junio. Todo queda resumido en una
palabra que muchos desconocen o evitan: humildad. El electorado popular lo ha
dejado muy claro: ¡basta de corrupción!. No confundamos el mensaje.
Ser la tercera fuerza política en la
capital de España es un varapalo sin precedentes para el PSOE. Un partido
tocado de muerte en muchos municipios y unas cuantas autonomías. Rebasado por
la izquierda, pero también arrasado por la corrupción y por la herencia del
peor presidente del gobierno de la democracia: José Luis Rodríguez Zapatero, al
que sacaron a pasera en campaña.
El domingo Pedro Sánchez sonreía a pesar
de perder 800.000 votos frente a 2011 y casi 2.000.000 de votos con respecto a
las elecciones de 2007, más que el PP. La victoria del que esperaba una derrota
aún más severa lo consoló. Sin embargo, las alternativas de pactos parecen darle
ventaja al PSOE, que podría caer en el error de entrar en ese revanchismo que
tanto nos caracteriza a los españoles: cualquier cosa menos mi archienemigo.
Y digo error porque ese "cualquier
cosa" es una amalgama de
partidos, tendencias, personalidades y personajes varios que le van a exigir
mutar en cualquier cosa –ahora sí-
menos en un partido nacional. Ya lo hicieron en el pasado reciente y las
consecuencias fueron desastrosas. Aún hoy las sufren en Galicia o Cataluña.
Aquí no va a servir el discurso de
la-lista-más-votada de las lideresas
derrotadas del PP. Tampoco el de "todo vale para derrocar al enemigo",
que vislumbra la cúpula del PSOE. Los que están hambrientos de poder tienen muy
poco que perder y mucho que ganar en esta etapa de pactos que nos regalan los
comicios del domingo. Quizá la mayor enseñanza no sea la de continuar con el
cálculo político del pasado, sino la de abrir una nueva era de entendimiento
nacional y de acuerdos para borrar del mapa los grandes problemas de España: corrupción
y paro.
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