17 de agosto de 2016

El que se enoja pierde

Así reza el dicho tico y es cierto… o lo era. A continuación unas imágenes cotidianas para escenificarlo.

Un trailer estaciona bloqueando uno de los carriles de una de las vías más transitadas de San José en plena hora pico. La presa es monumental. El chófer del vehículo no está, como tampoco aparece ningún policía de tránsito. Miles de conductores pierden 15 ó 20 minutos más de lo habitual en llegar a su destino. Tocan el claxón, se impacientan, se enfadan… pierden.

Un vehículo se interna en la caseta destinada a los portadores de quickpass en el peaje de la Ruta 27. El chófer lo hace a sabiendas de que así no tendrá que esperar la larga fila que hay en los carriles manuales. Siete vehículos que sí tienen el quickpass forman un la fila detrás del vivillo de turno. Nada sucede. Los choferes aguantan estoicamente este ritual todos los días. Se molestan, se enojan… pierden.

Un empresario decide despedir a un grupo de empleados. No les paga las prestaciones y ellos tienen que buscar vías legales para recibir sus derechos. La lentitud del sistema, las tretas de los abogados de la empresa y el colapso judicial hacen que los empleados tarden más de dos años en cobrar lo que les corresponde. Los trabajadores soportan las penalidades de no haber cobrado, no pueden buscar un nuevo empleo por estar pendientes de resarcir el daño recibido, se enfadan… pierden.

Un hombre es agredido brutalmente en una pelea en un restaurante, al punto de perder casi la vida. El agresor se marcha de la escena del crimen y no es detenido al ser una persona con cierta influencia política. Tras la denuncia de la familia del herido, no se toman medidas cautelares y el presunto delincuente abandona el país. La familia reclama al fiscal, sufre, se enoja… pierde.

Más o menos graves, todos estos sucesos son verídicos y se producen a diario en Costa Rica. La impunidad toma cuerpo y se afianza en el país sin que nadie parezca hacer nada para impedirlo. Las autoridades brillan por su ausencia en todos y cada uno de estos episodios. Los poderes públicos miran para otro lado, la sociedad civil se acostumbra a la impunidad.

Hace unos días nos congratulábamos porque una huelga de taxistas había sido eficazmente controlada por las fuerzas de seguridad.  Pero, ¿acaso no lograron paralizar el país con sus amenazas?. Niños sin colegio, hospitales sin consultas, calles cortadas, trabajadores que no pudieron acceder a su puesto de trabajo. Sí, se evitaron males mayores, pero la impunidad volvió a campar por sus respetos en Costa Rica.

Estamos asistiendo al progresivo deterioro del orden público en nuestro país sin hacer el menor aspaviento. Las calles se están convirtiendo en una jungla en la que se impone la ley del más fuerte, del que tiene el carro más grande, del que tiene mejores abogados, del que ejerce mejor sus influencias para poder delinquir impunemente.


Llegados a este punto no nos asustemos si empezamos a ver que los enojados, los perdedores del sistema, comienzan a tomarse la justicia por su mano. No nos extrañemos si nuestra pacífica Costa Rica se convierte en un lugar violento en el que ir armado sea la norma. No pongamos el grito en el cielo cuando los enojados decidan dejar de perder, para que sean los infractores, los delincuentes, los beneficiarios de la impunidad los que paguen los platos rotos.


La esperanza de la impunidad es para muchos hombres una invitación al crimen. Pierre Villaume

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