Así reza el dicho tico y es cierto… o lo era. A continuación
unas imágenes cotidianas para escenificarlo.
Un trailer estaciona bloqueando uno de los carriles de una
de las vías más transitadas de San José en plena hora pico. La presa es
monumental. El chófer del vehículo no está, como tampoco aparece ningún policía
de tránsito. Miles de conductores pierden 15 ó 20 minutos más de lo habitual en
llegar a su destino. Tocan el claxón, se impacientan, se enfadan… pierden.
Un vehículo se interna en la caseta destinada a los portadores
de quickpass en el peaje de la Ruta
27. El chófer lo hace a sabiendas de que así no tendrá que esperar la larga
fila que hay en los carriles manuales. Siete vehículos que sí tienen el quickpass forman un la fila detrás del vivillo de turno. Nada sucede. Los choferes
aguantan estoicamente este ritual todos los días. Se molestan, se enojan…
pierden.
Un empresario decide despedir a un grupo de empleados. No
les paga las prestaciones y ellos tienen que buscar vías legales para recibir
sus derechos. La lentitud del sistema, las tretas de los abogados de la empresa
y el colapso judicial hacen que los empleados tarden más de dos años en cobrar
lo que les corresponde. Los trabajadores soportan las penalidades de no haber
cobrado, no pueden buscar un nuevo empleo por estar pendientes de resarcir el
daño recibido, se enfadan… pierden.
Un hombre es agredido brutalmente en una pelea en un
restaurante, al punto de perder casi la vida. El agresor se marcha de la escena
del crimen y no es detenido al ser una persona con cierta influencia política.
Tras la denuncia de la familia del herido, no se toman medidas cautelares y el
presunto delincuente abandona el país. La familia reclama al fiscal, sufre, se
enoja… pierde.
Más o menos graves, todos estos sucesos son verídicos y se
producen a diario en Costa Rica. La impunidad toma cuerpo y se afianza en el
país sin que nadie parezca hacer nada para impedirlo. Las autoridades brillan por su ausencia en todos y cada uno de estos episodios. Los poderes públicos miran para otro lado, la sociedad civil se acostumbra a la impunidad.
Hace unos días nos congratulábamos porque una huelga de
taxistas había sido eficazmente controlada por las fuerzas de seguridad. Pero, ¿acaso no lograron paralizar el país
con sus amenazas?. Niños sin colegio, hospitales sin consultas, calles
cortadas, trabajadores que no pudieron acceder a su puesto de trabajo. Sí, se
evitaron males mayores, pero la impunidad volvió a campar por sus respetos en
Costa Rica.
Estamos asistiendo al progresivo deterioro del orden público
en nuestro país sin hacer el menor aspaviento. Las calles se están convirtiendo
en una jungla en la que se impone la ley del más fuerte, del que tiene el carro
más grande, del que tiene mejores abogados, del que ejerce mejor
sus influencias para poder delinquir impunemente.
Llegados a este punto no nos asustemos si empezamos a ver
que los enojados, los perdedores del sistema, comienzan a tomarse la justicia
por su mano. No nos extrañemos si nuestra pacífica Costa Rica se convierte en
un lugar violento en el que ir armado sea la norma. No pongamos el grito en el
cielo cuando los enojados decidan dejar de perder, para que sean los
infractores, los delincuentes, los beneficiarios de la impunidad los que paguen
los platos rotos.
La esperanza de la impunidad es para
muchos hombres una invitación al crimen. Pierre Villaume
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