Antes de comenzar quiero invitar al amable lector a que
revise mi anterior entrada en relación con mi postura en la primera ronda
electoral del 2 de febrero. Nunca me he sentido cerca del PAC. Pero la realidad
en la que estamos nos obliga a recalibrar nuestro pensamiento, porque estamos
ante una segunda ronda absolutamente inesperada. Aunque parece que hay mucha
gente que aún sigue en primera ronda, cuando había otras alternativas, más allá
de este panorama que se nos plantea: una mala opción o una opción peor.
Una opción que debe señalar con claridad si vamos a seguir
por la senda del despilfarro público, la inacción ante la criminalidad y el
circo mediático como forma de hacer política. Dejar claro si esta opción
representa el continuismo de 12 años de impulso estatal imparable e
ineficiente, que no atiende a las necesidades básicas de la población: salud,
educación, seguridad e infraestructura. Mala opción pensar que sólo más
impuestos solucionan el problema.
La otra opción para el gobierno de Costa Rica es un grupo
con intereses espurios, plagado de ineptos y liderados por un fanático
religioso que ni siquiera pudo graduarse en la universidad. Que cancela debates
porque no tiene propuestas ni programa más allá del modelo de familia
pentecostal. Una opción en la que los que rodean a última hora al candidato van
buscando el favor político, la palanca del Estado para los negocios propios o
recobrar el protagonismo que las urnas les negaron. Pésima opción si, con la
esperanza –probablemente falsa- de mejorar las finanzas públicas, Costa Rica
tiene que retroceder al siglo XIX en materia de derechos humanos.
Este es el debate que vivimos a diario en los cafés, en las
oficinas y en las redes sociales. Un debate tergiversado como siempre por
acusaciones de parte, por verdades a medias y por presiones de todo tipo. Un debate en el que está saliendo a flote lo
peor de la sociedad tica. En el que hablar de derechos humanos empieza a estar
mal visto, porque podría afectar a las tasas de interés. En el que hay que
taparse la nariz y transigir con los que atacan sistemáticamente nuestro credo,
con tal de que lleguen a redactar un plan de gobierno potable para las élites
económicas.
A veces hablamos de fractura social cuando vemos el auge de determinadas
opciones populistas. Desde los cantos de sirena del chavismo, hasta la oleada conservadora evangélica. Movimientos extremos y pendulares presentes en todo el
continente. Lo que no apreciamos es que estamos ante algo más que una lucha de
clases, o el reflejo del resentimiento social de una sociedad con importantes
desequilibrios sociales. Estamos ante el examen de reválida de una sociedad y
una democracia madura.
Si el 5 de febrero preguntaba públicamente ¿qué hiciste por evitar este escenario?, hoy mi pregunta es ¿qué vas a hacer para evitar que Costa Rica vuelva al pasado o caiga en la quiebra?. Porque es muy difícil pensar que un país que da marcha atrás en libertades civiles, en derechos humanos consolidados como los que tienen las grandes democracias de Occidente, vaya a sobrevivir económicamente en un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo. Si hoy el mundo mira hacia Costa Rica por algo, es por el camino recorrido gracias a los avances que lograron los Santamaría, Mora, Facio, Figueres o Calderón. No lo deshagamos ahora por el espejismo de la teología de la prosperidad.
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