Habiendo tenido ocasión en los últimos meses de estudiar la conquista española de América, me han asaltado una serie de reflexiones acerca de lo que fue aquel proceso y sobre el significado que hoy le atribuyo a lo que, sin duda, fue un gran choque de culturas.
Cuando Cristóbal Colón llega a la isla La Española, hoy República Dominicana, América se encuentra poblada por diversos pueblos que viven en distintos grados de avance tecnológico. En general todos están muy lejos del desarrollo alcanzado por Europa a finales del siglo XV.
Así, las islas y gran parte del continente están habitadas por tribus cuyo tipo de vida se acerca mucho a la del ser humano en la Europa neolítica. Subsistían de la caza, la pesca y la recolección y muy incipientemente la agricultura y la ganadería. La religión y la organización social era muy similar a la descubierta en los hallazgos arqueológicos de la primera Europa neolítica: enterramientos, sacrificios, liderazgo de los ancianos, etc.
En el continente americano, sin embargo, existían tres grandes culturas, llamadas imperios por la mayoría de los historiadores: aztecas o mexicas, mayas e incas. Estas culturas se extendían por Mesoamérica las dos primeras y por la zona andina los incas. Eran culturas avanzadas y que se podría denominar que se encontraban en un nivel de civilización similar al de Mesopotamia o el primer Egipto.
La expansión de mayas, mexicas e incas se desarrolló a base del sometimiento de las tribus menos avanzadas. Aquí se producía continuamente un choque cultural entre civilizaciones que no se encontraban al mismo nivel de desarrollo humano. Algo similar a lo que ocurría continuamente en Europa y Asia desde tiempos de Alejandro Magno.
La más virulenta fue la cultura azteca o mexica que, a la llegada de Hernán Cortés al actual México, seguía enfrascada en guerras contra pequeñas civilizaciones locales como Txlacala.
En definitiva, América venía a ser, en esa época, como la Europa de los gloriosos tiempos del Imperio Griego.
En ese panorama, como digo cuasineolítico, hace su irrupción en el continente una cultura nueva para los habitantes del Nuevo Mundo, mucho más avanzada tecnológicamente y que cree llegar a un lugar diferente del que realmente alcanza. Los primeros contactos exploratorios son entendidos de forma muy distinta por una parte y otra. La hospitalidad local ante los desconocidos, contrasta con el ansia de riquezas de los españoles.
Las tribus son sometidas rápidamente. Muchas de ellas ven en los conquistadores a sus aliados para luchar contra las tribus enemigas, lo cual es utilizado como un ardid por parte de los españoles. Esto sucede primero en las islas caribeñas, Cuba y La Española, trasladándose posteriormente a tierra firme.
El paso desde las islas se inició por Panamá y se extendió rápidamente hacia Costa Rica y Nicaragua, por el norte y hacia Colombia por el sur. El panorama local en la América continental no era muy distinto del de las islas. No obstante, el conocimiento adquirido por los conquistadores les hizo ser más codiciosos y comenzaron muy pronto a recibir hostilidades de diversas tribus. Las rebeliones eran aplastadas, generalmente, sin mayor esfuerzo dada la diferencia tecnológica entre contendientes.
Los choques que más huella han dejado en la Historia, han sido aquellos que enfrentaron a los españoles con las culturas más avanzadas. Estas culturas imperialistas no creyeron en la bondad de los recién llegados y los combates, tras unas primeras fases de tanteo, se iniciaron pronto. La más épica de todas las contiendas fue la que libró Hernán Cortés contra el imperio mexica. Resulta evidente el dominio de la tecnología en esta conquista española que, con apenas un millar de efectivos, doblegó a un imperio con una población estimada superior al millón de habitantes.
Al igual que ocurriera en la antigua Roma. El poder tecnológico se imponía sobre las culturas menos avanzadas.
No podemos abstraernos de la crudeza del choque cultural y de los desmanes cometidos a los largo del proceso. Muchas de esas atrocidades se mantuvieron en el tiempo por parte de los españoles que cedieron el testigo a los criollos. Sin duda fue una época obscura para nuestra Historia.
Esta barbarie fue contada por Fray Bartolomé de las Casas en varios libros, de los cuales destaca la “Brevísima historia de la destrucción de las Indias”. Su lectura es bastante pesada y repetitiva, pero no por ello menos interesante. No obstante, la veracidad de los textos de Fray Bartolomé de las Casas ha sido puesta en entredicho por numerosos historiadores, al entenderla excesivamente exagerada.
Tampoco hemos de abstraernos a la situación en Europa. A lo largo del siglo XVI con los Austrias al frente y tras la unificación de España y anexión de Alemania, nuestro país se convierte en la primera potencia europea y emprende campañas militares por doquier. Así, el dominio español se hace patente en Europa. Los países atacados no tardan en utilizar políticamente las conquistas americanas, iniciadas igualmente por los portugueses, considerando que los españoles son unos bárbaros. Los textos de Fray Bartolomé de las Casas son utilizados como arma arrojadiza contra la corona española.
Pasados los siglos aquel choque cultural sigue siendo revisado continuamente, tanto en España como en América y Europa.
Bajo mi punto de vista y sin restar importancia al hecho de que se cometieron auténticas atrocidades, como lo demuestra el descenso espectacular de la población indígena, no podemos continuar flagelándonos con el proceso conquistador. Se produjo el choque cultural más desequilibrado de la Historia, pero antes y después se han venido dando otros choques culturales que han destrozado sociedades y civilizaciones enteras.
El imperio romano destruyó casi todas las civilizaciones del Mediterráneo. Inglaterra y Francia estuvieron con España en la conquista de América del Norte y permanecieron allí por más tiempo que los españoles. A mediados del siglo XIX Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, Bélgica y otros países europeos colonizaron África y gran parte de Europa en lo que se dio a conocer como el neocolonialismo, proceso que no finalizó hasta el último tercio del siglo XX.
Estos procesos neocolonialistas esquilmaron a un continente entero y aún se sufren sus consecuencias. En América, el paso colonial, acabó unificando una civilización que, aunque con mucho camino por recorrer, conforma una realidad social y una potencia en lo económico y lo político. Los grandes problemas que hoy vive América Latina, me atrevo a decir que no se deben al período colonial, sino a los procesos de independencia que trajeron más caos que soluciones.
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