Domingo 18 de septiembre, gala de los Premios Emmy. Una parte importante de los premiados, así como el
propio presentador, Jimmy Kimmel, mencionan en sus discursos a Donald Trump e
incluso a su esposa, siempre en tono de sorna y ridículo. Hillary Clinton sólo
fue mencionada una vez.
Al día siguiente un ramillete de actores, presentadores y
famosos varios publican un video
llamando a los estadounidenses a votar contra Trump. El video se hace viral y
los responsables de la campaña de Hillary Clinton se frotan las manos. La
victoria está asegurada.
Ese mismo día comencé a pensar justamente lo contrario: será
Donald Trump el que gane las elecciones presidenciales. Sus propios detractores
lo están encumbrando. ¿Se imaginan los sentimientos que debe albergar un
pequeño agricultor de Arkansas, al que un grupo de multimillonarios actores que
viven en lujosas mansiones y apartamentos en los barrios más exclusivos de las
grandes urbes norteamericanas, le dicen lo que tiene que votar?.
La cuestión es que Trump comienza a sonar más fuerte que su rival. Está en todas las conversaciones, especialmente en las virtuales y
su popularidad -positiva o no- crece como la espuma espoleada por sus
detractores. Llegado el día de las elecciones la gente lo recordará. Sucederá
como cuando uno va a un bar y quiere tomar algo pero no sabe qué, ¿qué es lo
primero que se le viene a la mente?, una cocacola.
Sumado al tirón electoral que le proporcian sus
vilipendiadores está el pobre perfil de su rival en campaña. Con la victoria
asegurada, Hillary Clinton no tiene propuestas concretas y se dibuja a si misma
como una continuación del idolatrado Barack Obama. Además, en los debates sale
a la defensiva, a no perder, con lo cual permite que su rival destaque.
El resultado en votos electorales ya lo conocemos. Lo que
muchos no dicen es que Hillary obtuvo 5 millones de votos menos que Obama en
2012, una caída de casi un 9 por ciento. Trump igualó la cifra de Romney. Esa
es una de la claves de esta elección. Lo vociferaban por la mañana en redes
sociales los palmeros de lo políticamente correcto “I´m not with her. I´m
against him”.
La realidad es que los acomodados votantes de centro no
salieron a votar contra Donald Trump,
sencillamente no salieron a votar. Mientras, el votante medio republicano sí
salió a votar y a revolcar a las casas encuestadoras que aún están analizando
qué sucedió para tan estrepitoso fracaso. Esa es la otra clave: la reacción.
Ahora que palabras grandilocuentes como populismo o expresiones como ciudadanos
contra la globalización o un país
dividido llenan portadas en los diarios. Cabe preguntarse si los votantes
estadounidenses acudieron a las urnas buscando ser dirigidos por un populista,
lo hicieron como reacción ante la globalización o si existe una verdadera
división interna en los EE UU.
La base electoral del Partido Republicano se ha mantenido
estable entre 2012 y 2016, no hay ningún vuelco importante por mucho que se
analice. Las clases medias acomodadas siguen votando al Partido Repúblicano
(ver gráfico). El tema es quiénes salieron a votar y quiénes se quedaron en
casa. No sé dónde está ese salto hacia el
populismo del que muchos hablan. La verdad es que no veo a un tipo que gana más de $200.000 al año votar a un populista de tres al cuarto.
Tampoco veo a los miembros de las clases acomodadas
norteamericanas renegar de la globalización, como afirman muchos medios para
comparar el resultado electoral en los EE UU con el auge de los partidos
radicales –de izquierdas y derechas- en algunos países de Europa. La gente no
reniega de la globalización, sino que busca soluciones cercanas y palabras de
aliento a sus problemas cotidianos.
Lo que queda claro, no sólo en este proceso electoral,
también se observa en los resultados de los referendos de Colombia y Reino
Unido, es que los ciudadanos de las grandes urbes votan de forma muy diferente
a los del medio menos urbano. Clinton ha logrado una holgada mayoría en todas
las grandes capitales del país (New
York, Los Angeles, Chicago, Miami…), pero fuera de esos entornos sus resultados
han sido muy pobres. De igual forma determinadas minorías han votado de forma
sistemática por la candidata demócrata, aunque no con la contundencia con la
que lo hicieron por Obama en los dos comicios anteriores.
Dicho todo lo anterior, para mi se extraen tres lecciones
del proceso electoral de esta semana. La primera es que hay que tener mucho
cuidado con criminalizar al rival y ponerlo en la palestra de forma gratuita.
El ataque genera reacción, sobre todo entre los más acérrimos votantes de una
determinada opción.
La segunda lección consiste en que hay que atraer el voto
para ganar unas elecciones. Suena de perogrullo, pero la movilización de los
votantes es clave para lograr resultados. Las campañas planas provocan
sorpresas. Las encuestas forman parte del pasado.
La tercera es que hay que tener en cuenta que el electorado
no es en absoluto homogéneo. Las grandes ciudades acumulan muchos votos, pero
las ciudades pequeñas y medianas tienen su propia dinámica y no se las puede
desdeñar. Al igual que, como ya se viene diciendo en este blog, las minorías
cobran una fuerza cada vez más importante por cuanto generan estados de opinión
y marcan tendencias.
Por último, estas elecciones han marcado el final de la dictadura
de lo políticamente correcto. No basta con seguir los dictados de las grandes
tendencias que marcan los medios masivos, hay que entender bien que no siempre
las premisas de lo polítcamente correcto son aceptadas como verdades absolutas
por los votantes.
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