Después de haber escrito mucho acerca del decreciente peso de España en Latinoamérica, sin duda, nuestro aliado internacional natural, considero la posición de mi Patria en el concierto mundial, después de los acontecimientos más recientes.
En primer lugar quiero poner de manifiesto la “fijación” de la diplomacia española por su vínculos especiales con tres países que, ni mucho menos, son países influyentes en lo político o lo económico en el panorama internacional: Marruecos, Cuba y Venezuela.
Marruecos, con el que nos unen, amén de una Historia llena de enfrentamientos, las fronteras de Ceuta y Melilla, es el país islámico más cercano a Europa Occidental, quizá sea este el motivo de nuestro creciente interés por incorporarlo al plano europeo. Recientemente, se han producido sangrientos sucesos en las fronteras de Ceuta y Melilla, en los que se disparó a personas por cometer una falta administrativa: traspasar indebidamente a territorio español. En un escenario de crisis nacional ante la avalancha masiva de subsaharianos que cruzaban Marruecos para “saltar la valla”, el Gobierno español solicita la ayuda del reino alauita para proceder a la expulsión automática de los inmigrantes ilegales. Así se produce la deportación de 73 subsaharianos con las consecuencias humanitarias conocidas. El “escarmiento” parece surtir efecto y frenan en seco los asaltos a las vallas de Ceuta y Melilla.
Como consecuencia del apoyo marroquí, en el que intercedió, parece ser, el Rey Juan Carlos I, nuestra diplomacia, con su Ministro de Exteriores, Miguel Angel Moratinos, a la cabeza, solicita a la Unión Europea que Marruecos se incorpore a las negociaciones de acceso al mismo nivel que lo está haciendo Turquía. La solicitud de Moratinos no sólo cae en saco roto, sino que la Unión Europea recrimina a la semana siguiente al régimen alauita por los abusos que está cometiendo en el Sahara Occidental y solicita una comisión para conocer la situación del pueblo saharaui.
Marruecos no es, hoy por hoy, un país democrático y sus servicios secretos parecen estar relacionados con los atentados del 11-M. Sin duda, para un Gobierno como el español que presume de ser uno de los más democráticos de Occidente, no es el aliado ideal.
Venezuela vive en un régimen un tanto gris que se mueve entre lo democrático y lo dictatorial. Su Presidente, Hugo Chávez, cuenta con el apoyo de gran parte del ejército y la población, a la que controla al estilo de los emperadores romanos: populismo y demagogia. Chávez es el único aliado del régimen dictatorial cubano. Se ha declarado enemigo de los Estados Unidos. El viejo sueño del guerrillero comunista Ernesto Ché Guevara ha sido resucitado por este atípico caudillo: unir Latinoamérica bajo una bandera socialista.
Los partidos radicales de izquierda de muchos países de América Latina, según diversas fuentes, están siendo patrocinados por Chávez, que cuenta con fuertes recursos económicos procedentes del petróleo que se extrae en Venezuela. Con ese capital acaba de poner en marcha un ambicioso proyecto televisivo vía satélite, Telesur, que pretende difundir la “doctrina” izquierdista por todo el continente. El pueblo venezolano vive entre la fe ciega hacia su líder y la diáspora que ha salido del país hacia otros países y, sobre todo, hacia España y los EE UU.
El Gobierno español ha dado muchas muestras de amistad al caudillo venezolano. Primero se alineó con él en la acusación hacia el exPresidente del Gobierno José María Aznar por su posible apoyo al golpe de Estado sufrido por Chávez en 2003. Una vergüenza nacional en la que los socialistas revelaron secretos oficiales para dar la razón al comandante. A continuación se ofrecieron contratos para la venta de material destinado al ejército venezolano, el cual, por cierto, participó en el desfile del Día de la Hispanidad en Madrid. Ambos acontecimientos han sido muy mal recibidos por la diplomacia estadounidense que considera a Chávez una amenaza.
El tercer país beneficiado de la diplomacia española es Cuba. El pueblo cubano vive en la más absoluta miseria y sus niveles de desarrollo humano han caído desde el año 1955 hasta hoy en todos los aspectos. La dictadura de Fidel Castro, empeñada en su enfrentamiento con los EE UU, sufre el embargo de la primera potencia, un embargo que es utilizado en Cuba como una poderosa arma propagandística.
A pesar de los esfuerzos de la Administración Clinton por acercar posturas con el dictador cubano, no se consiguió más que acentuar la posición de Fidel que impidió el levantamiento del embargo. Esta situación ha sido duramente criticada por el Gobierno español desde que Rodríguez alcanzase el poder, siendo todo muestras de buena sintonía con el dictador. El punto culminante fue la aprobación de un texto en la Cumbre Iberoamericana, celebrada en Salamanca, de condena al embargo estadounidense, lo cual tampoco fue bien visto por el Gobierno norteamericano.
En definitiva, una serie de esfuerzos diplomáticos mal encaminados y poco adecuados con dos países cuya democracia es más que dudosa y un tercero en dictadura, de izquierdas pero régimen totalitario al fin y al cabo. Un alineamiento con la izquierda radical que no está siendo la mejor carta de presentación de nuestra diplomacia. Y un apoyo desmesurado a un reino que comete graves atentados contra los derechos humanos y que España pretende incorporar a la Europa Unida.
En Europa la posición de España se ha modificado con la victoria socialista. Hemos pasado del triángulo Reino Unido - Italia – España a seguir fielmente los dictados del eje franco-alemán. Curiosamente Francia y Alemania siempre fueron dos de los países más beligerantes con la España en declive del felipismo, cuando aquellos famosos requisitos de entrada de Maastrich. Ahora los que no cumplen los requisitos y se encuentran en plena crisis económica desde hace más de cuatro años son ellos.
Tanto Francia como Alemania han sido los dos países europeos más reacios a la intervención de EE UU en Irak. Lógico el tema de Francia que es un país que, como la mayoría de las grandes potencias, mezcla los intereses de sus multinacionales con los del Estado. Las empresas petroleras francesas eran las principales perjudicadas con la entrada de EE UU a Irak, como lo ha venido a demostrar el informe de la ONU sobre la corrupción en el programa Petróleo por Alimentos.
Continuando con Irak, la retirada de las tropas españolas, tan cacareada por el Presidente Rodríguez, supuso un varapalo para nuestra diplomacia que dejaba a otros 52 países con tropas desplegadas, incluyendo los contingentes centroamericanos bajo órdenes de nuestra Armada. EE UU entendió que España se plegaba a los intereses de los terroristas después del atentado que aupó al Gobierno de Rodríguez.
El distanciamiento con los EE UU ha sido la principal estrategia política de la diplomacia española desde en inicio de la legislatura. A la salida de las tropas de Irak de forma precipitada y a bombo y platillo, la cual venía precedida del descortés acto de Rodríguez al no levantarse ante la bandera gringa en el desfile del 12 de octubre de 2003, le siguió el apoyo a la candidatura del demócrata Kerry.
Nuestro actual Gobierno se ha caracterizado por entrometerse en las elecciones nacionales de diversos países teóricamente aliados, uno de los más graves errores que se pueden cometer en materia de política internacional. Así Rodríguez mostraba, seguro de su victoria, su apoyo a John Kerry y las elecciones norteamericanas de dieron un varapalo. No contento con eso, en las recientes elecciones alemanas, tras conocerse los resultados provisionales, el Presidente del Gobierno felicitó a Schröder y ante la pírrica victoria de Angela Merkel la llamó “fracasada”. Un gesto que le valió la crítica de personajes tan moderados como Antonio Durán y Lleida. Hoy la “fracasada” es jefa del Gobierno alemán.
Pero si algo ha caracterizado al Gobierno de Rodríguez es su idea de convertirse en Premio Nobel de la Paz mediante la promoción de la denominada Alianza de Civilizaciones. Este delirio de grandeza a cuenta de los Presupuestos Generales del Estado es una entelequia en la que nadie cree. Algunos países han suscrito la idea para obtener ventajas del Estado español, pero la gran mayoría de las naciones no han respaldado la idea o lo han hecho de forma testimonial.
El grandilocuente invento provoca incredulidad e incluso hilaridad entre propios y extraños. Pero nuestra diplomacia tiene como una de sus principales tareas difundir el mensaje. No corren buenos tiempos para la influencia de España en el exterior como para que cale la ocurrencia.
Estamos asistiendo en el mundo a un marco político diferente, enrarecido, complejo. Los EE UU están asistiendo a la caída de su influencia, solidificada con la caída del Muro de Berlín a principios de los noventa, debido al ensimismamiento de su líder George W. Bush. En este momento se observa cómo ya comienzan a ser relativamente numerosos los países que dan la espalada al Imperio Estadounidense en distintos escenarios.
En donde la decadencia del vigor estadounidense más mella está haciendo es en América Latina. Comprobamos cómo las dictaduras cubana y venezolana extienden su influencia en Brasil, Argentina, Nicaragua y Bolivia, ésta última pronto caerá en un gobierno populista semidictatorial de izquierdas, similar al de Venezuela. En la Cumbre de las Américas estamos asistiendo a un espectáculo tremendo, en el que los líderes dictatoriales campan a sus anchas por Argentina y aglutinan el odio antigringo desde los movimientos antiglobalización hasta los indígenas americanos, que reclaman las tierras que perdieron en el siglo XVI (Ver serie El choque de culturas).
Ante este panorama que para España supondría una clara oportunidad de recuperar el terreno perdido, la posición del Gobierno Rodríguez está siendo la de alinearse con el radicalismo de izquierdas en una actitud casi de gregarismo. En Latinoamérica existen muchos países en los cuales preocupa el nacimiento de movimientos de extrema izquierda apoyados por gobiernos extranjeros. Muchas naciones necesitan de una consolidación clara de su democracia ante el surgimiento del populismo que se abre paso y amenaza con una nueva oleada de dictablandas esta vez de izquierdas.
Sin embargo, España no es capaz de dar respuesta a esta demanda latente. Es incapaz de recuperar el liderazgo y está poniendo en serio peligro la fortaleza de las multinacionales instaladas en América Latina, las cuales han dotado de fuertes infraestructuras a muchos países y colaborado en la estabilidad económica de la región.
España debe aportar a estos países en vías de desarrollo su experiencia en dos temas fundamentales. Primero el paso de un sistema autocrático dictatorial a una democracia abierta y moderna. Segundo la recuperación económica basada en los ideales de la economía social, frente al liberalismo implacable que ha venido promoviendo EE UU en la zona.
La tarea es inmensa y España debe aprovechar su oportunidad dejando claro que apoya la democracia y los valores de estado de derecho. Estableciendo fuertes lazos con TODOS los países de Latinoamérica, necesitados de nuevas referencias en el marco internacional. En Latinoamérica se encuentra nuestra fortaleza como potencia mundial y nuestros mejores aliados son aquellos con los que compartimos lengua, historia y tradiciones. Al fin y al cabo son países hermanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario