En fechas muy recientes por diversas direcciones he sido testigo de cómo el régimen cubano sigue causando una extraña fascinación entre los seguidores de la izquierda populista latinoamericana. El renovado fulgor de la dictadura de Fidel Castro se debe sin duda a los nuevos bríos con que el “comandante” afronta su liderazgo, no ya ante la paupérrima población de su país, sino como la cabeza pensante y ejemplo a seguir de una nueva generación de aspirantes a caudillos recién horneada en todo el continente americano. Pero sobre todo gracias al auspicio de la colaboración desinteresada de un nuevo mecenas, el “jeque” iberoamericano Hugo Chávez.
Desde Honduras al Paraguay el régimen cubano ha lanzado una operación, pagada por el pueblo venezolano, mediante la cual se fletan aviones llenos de personas que necesitan operaciones médicas, las cuales son intervenidas por los eficientes cirujanos cubanos. Así, el régimen comunista luce su más poderoso emblema: la sanidad. A los “hermanos” enfermos los meten en un hotel-residencia, el Tritón, si no me equivoco, con vistas al mar. Ahí llegan las consignas: ¿Cómo es posible que en los EE UU la sanidad no sea gratuita y en Cuba sí?. Claro que ni cubanos, ni venezolanos, patrocinadores al final de tan refinadas atenciones, cuentan con los mismos cuidados que los “hermanos invitados”.
Sin ir más lejos, Ollanta Humala acaba de regresar al Perú después de ser intervenido en Cuba de una afección vesicular. Claro que el líder nacionalista peruano no viajó en los Yakolev 42 “canalla class” como el resto de los gratuitamente operados, sino en uno de esos learjets que los miembros de las altas instancias del comunismo tienen reservados para “uso oficial”.
La cuestión es que la campaña de simpatización con el régimen que Fidel Castro ha lanzado con el dinero aportado por Venezuela está generando adeptos. Así, se empiezan a proferir por parte de la autodenominada neoizquierda latina sin tapujos una serie de afirmaciones que rozan la paranoia y que, a cualquiera que haya viajado a Cuba no pueden más que causarle hilaridad, cuando no directamente carcajadas.
La que más extendida está es una frase que ya he escuchado dos veces en menos de diez días: “En Cuba no se pasa hambre, sino necesidades y de éstas todos tenemos”. Que viene acompañada de otra que dice que los cubanos comen todos tres veces al día. Claro que el que llega a decir esto seguro que cuando fue a la isla se alojó en algún hotel abanderado por alguna cadena española o en el emblemático y decadente Hotel Nacional, en los cuales sirven Möet-Chandon y –sorpréndase- Coca-Cola, sino en el antes mencionado Tritón. La tozudez de la realidad es bien distinta. La cartilla de racionamiento no da para mucho y las tres comidas diarias apenas si incluyen tres ingredientes –uno de ellos la sal- en tan generosa dieta. Sin duda no pasan hambre, lo que se dice hambre, pero seguramente entre las necesidades de los feligreses fidelistas está variar un poquito el menú, aunque sea los domingos. Y es que un pollo por persona y mes es el lujo asiático de la cartilla. Más que “¡Socialismo o muerte!” Fidel debería vociferar en sus insufribles discursos ¡Arroz y frijoles o muerte!.
Otra de las más curiosas afirmaciones de los seguidores de la dictadura cubana es la que versa sobre la gratuidad de la educación y las bondades del sistema educativo de la isla. No les falta razón sin miramos las cifras oficiales referentes a los elevadísimos niveles de escolarización en todos los grados, desde la educación primaria a la universitaria. El régimen no ha descuidado su labor fundamental en la formación de las mentes de sus súbditos, ese factor es fundamental para entender el hecho. Lo preocupante es ver en Cuba a qué son degradados miles de titulados universitarios, los cuales no tienen más opción que conducir taxis o acercarse a los turistas para ofrecerles su servicios como guías. Aunque si de trasfondo humano hablamos, ¿cómo puede pensar alguien que una persona culta y con tan sublime educación pueda soportar ver cómo su vida se reduce a lo que los designios del Partido le tengan reservado?.
Para culminar lo que resulta de una pasmosa mediocridad es que se llegue a afirmar sin rubor que los cubanos acuden masivamente a las urnas, síntoma inequívoco, según dicen los invitados del régimen, del nivel de participación democrática existente en Cuba. Incluso alguno de estos idólatras del dictador llegan a cifrar en un 98 por ciento el nivel de participación en un plebiscito, como ejemplo irrefutable de la salud de la “Revolución”. A mi no me cabe duda de que el 2 por ciento que no acudió o se encontraba en algún trance por el cual su vida peligraba o simplemente estaba engrosando las hacinadas cárceles dentro de la sección: Enemigos de la Revolución.
Algunos vamos a tener que dejar de usar esa expresión cariñosa que se emplea ante la adversidad menor para consolar a los amigos: “No te preocupes, más se perdió en Cuba”. Porque a estas alturas de la evolución humana, independientemente de la titularidad de la isla a la que se refiere la expresión de ánimo, lo que están perdiendo once millones de personas es la esperanza.