Hace más de diez años leí una frase del escritor Noel
Clarasó que me impactó bastante: “Un
político es un hombre que dice representar la opinión del pueblo sin habérsela
preguntado jamás”. Corrían los tiempos gloriosos del populismo
iberoamericano, es decir, de los petrodólares chavistas fluyendo por todo el
continente en busca de aliados o de imponer a candidatos presidenciales que
propagaran el denominado Socialismo del
Siglo XXI. No había palabra más utilizada: pueblo.
La misma que ayer empleaba el populista británico Nigel
Farache cuando el Brexit se
materializaba con un 90 por ciento de los resultados escrutados. “Este ha sido el triunfo de los hombres
honestos, de los hombres trabajadores, de los verdaderos patriotas. Hoy ha triunfado
el pueblo”, vociferaba el político jaleado por varias decenas de sus
seguidores.
Lo cierto es que este asunto del Brexit supera con creces lo que Clarasó propuso en su afirmación.
En este mundo nuestro digitalizado y sobre-comunicado la realidad es que la
“opinión del pueblo” se inventa, se dirige, se crea. ¿Cuántos de esos hombres
“honestos” y “verdaderos patriotas” tenían entre sus prioridades vitales como
ciudadanos que su país saliera de la Unión Europea?. Posiblemente ni un uno por
ciento.
Sin embargo, aprovechando una coyuntura favorable -el
descontento de los ciudadanos por motivos diversos-, el Brexit comenzó a convertirse en un producto vendible. Una necesidad creada que se difunde por las
redes sociales, que cobra fuerza en los diarios y los noticieros que ven un
filón interesante de noticias. Cuanto más se habla del tema, más importancia
cobra para el pueblo. Es necesario
decidir si seguimos o salimos de la UE.
En España no somos ajenos a este tipo de movimientos
populistas. El malestar del ciudadano por la crisis económica o la corrupción
es el caldo de cultivo ideal para que este tipo de movimientos se consoliden.
Amparados en “la opinión del pueblo” van creando necesidades y amalgamando minorías.
La dictadura de lo políticamente correcto les va cediendo espacios . Hasta que
los ocupan todos.
Consignas falaces pero de fácil calado entre un público
receptivo, empiezan a sonar como principios fundamentales de “la opinión del
pueblo”. Señalar al resto de los políticos como si fueran una plaga, que sólo
se elimina con una nueva generación de políticos, casualmente no tan nueva.
Pero sobre todo atacar sin piedad cualquier principio o institución que pueda
ser señalada como “opresora”.
“La calle” es la máxima expresión del “pueblo” para el
populismo. Si cincuenta interesados salen a la calle a vociferar cualquier
consigna, éstos se convierten en “la calle” y, por ende, pasan a ser fiel
reflejo del “sentir mayoritario del pueblo”. Pero si sacar a cincuenta paisanos
a la calle se complica –frío, lluvia, vacaciones estivales…-, entonces se puede
recurrir al hashtag y convertirlo en TT (trending topic), usando un puñado de servidores que replican
mensajes en algún lugar en el trópico.
Ahora el “pueblo” también manifiesta su “opinión” vía Twitter. Activismo desde el iPhone, que le llaman algunos.
En cualquier caso, estimado lector, Nigel Farache, Donald
Trump o Pablo Iglesias no son fenómenos nuevos en la Historia. Recordemos que
Hitler ganó unas elecciones democráticas con el partido nazi allá por 1932,
precisamente en el contexto de una depresión económica, apoyándose en las
clases obreras y exaltando el sentimiento nacionalista. Confiemos en que no
lleguemos a los extremos que hicieron cambiar el rumbo de la Historia del siglo
XX.