20 de febrero de 2008

De subvencionado a "oscarizado"


Ahora que se acerca la entrega de los premios más importantes del cine mundial, a mi me gustaría saber cuál va a ser el comportamiento de los cada día más habituales artistas españoles que son invitados a la fastuosa gala. Este año el turno le toca como nominado a Javier Bardem, hijo de Pilar Bardem -¡cómo viste el apellido materno!-. Tengo la esperanza de que podamos verlo lucir un espectacular esmoquin –estas prendas siempre son espectaculares, salvo excepciones que rozan lo indecoroso- mientras recoge una estatuilla dorada.

Pero he de confesar que he perdido la esperanza de verlo pasear por la alfombra roja con una pegatina pegada en el pecho que diga “NO A LA GUERRA”. Y me encuentro desconsolado. No creo que lo haga porque probablemente allí, en los Estados Unidos, en donde los intelectuales que dirigen o actúan tienen en cuenta que viven del público que va a ver sus películas. Y, en caso de que Javier Bardem apareciese con una de esas pegatinas, no lo volverían a contratar ni para limpiar los platós.

En España es otra cosa. Aquí, a los que llevaron la pegatina en la patética gala de la alfombra verde con marca de güisqui, luego los compensaron con suculentas subvenciones. La taquilla es lo de menos. El cine es un arte y, por tanto, hay que mantenerlo a toda costa. Para los que no tengan muy claro el concepto de “subvención” en esto del cine les comento que no sólo el Ministerio de Cultura las otorga. El ingente déficit de RTVE se encarga de ayudar mucho. Acuérdense de mi cada vez que vean el logotipo del ente público en un cartel de una película o en los créditos finales.

Claro que realizar este análisis desde el punto de vista de las subvenciones sería un error. En España el público respalda este tipo de iniciativas/protestas. Ni que decir los compañeros de profesión, tan solidarios ellos. Cuando Alberto San Juan pidió el cierre de la Conferencia Episcopal –cosa que tampoco haría al recoger el oscar, mayormente porque a este si lo invitan algún día será para que barra el suelo después de la gala-, sus compañeros de profesión, esto es, los recaudadores de subvenciones, lo aplaudieron mucho.

No son sólo los depredadores del presupuesto del Estado los que se sienten reconfortados con la pegatina de turno y con las proclamas anti-eclesiásticas, por otra parte tan manidas desde lo de la Mala Educación. Miles de españoles de a pie sonrieron al escuchar al actorcillo. Porque en España lo progre sigue vendiendo, y mucho. Ser anti-clerical confiere a muchos de mis paisanos una actitud rebelde, transgresora, decididamente izquierdista. Ser de izquierdas y religioso es casi un pecado mortal en la lógica guerracivilista de los parásitos fiscales que van a estas galas. Tan sobrados ellos. Lo que se lleva es el ateísmo practicante, elevado a los cielos de lo políticamente correcto.

Pero esta izquierda mediática, tan de pose, tan de rebaño de seguidores ciegos, tan de odios preconstitucionales, a la hora de lucir palmito no escatima en gastos. Desde los trajes de Dior a los esmóquines de Armani. Viajan en primera clase y sólo beben Vega Sicilia y Dom Pérignon. Por eso todos estos, cuando van a la Meca del Cine, se vuelven muy políticamente correctos, es decir, que ni por casualidad se les ocurre hablar de política. Es que allí lo que manda es la taquilla no las subvenciones.

Bardem en España sacaba pecho anti-bélico porque sabía que no lo iban a dejar de contratar. Al contrario. Ganó adeptos entre la adocenada masa de la izquierda moderna. Esa que no vivió la Guerra Civil, pero que la extraña mucho. El candidato a la estatuilla en España luce anti-americanismo en santa compaña de su madre, líder espiritual del movimiento y, a la sazón, actriz secundaria en una serie de TVE. Ese mismo anti-americanismo que se tiene que tragar ahora cada vez que se pasea por las alfombras “imperialistas”, que diría Fidel Castro, a la sazón dictador retirado de Cuba.

Ojalá que le den el premio y que tenga los arrestos de gritar contra el propio Bush. Yo me espero lo primero, pero no me creo lo segundo.

16 de febrero de 2008

Toda la carne en el asador... y que paguen otros


A estas alturas de la campaña creo que está claro que el PSOE va a ganar las elecciones. Pero no deben andar demasiado eufóricos en Moncloa a tenor del desarrollo de campaña que estamos viendo. Está claro que las palabras sinceras de Rodríguez a uno de los periodistas de cabecera del oficialismo así lo indican: “Nos interesa la confrontación”, le dijo el líder socialista a Gabilondo. El PP parece haber aprendido –parcialmente- la lección y está huyendo del discurso duro y de enfrentamiento. Después de una legislatura de despropósitos opositores, algunos se han percatado de que el radicalismo no es el camino.

A falta de provocación por parte del PP, en el partido en el gobierno han tenido que improvisar. Ayer mandaron a los colectivos de las tendencias sexuales políticamente correctas –homosexuales, bisexuales y transexuales- a protestar frente a la sede del partido de Rajoy. La semana que viene les tocará el turno a los de inmigrantes y la siguiente a los afectados por Gescartera o a los familiares del Yak-42. Aunque creo que éstos últimos ya no están por la labor de seguirle el juego al malogrado Bono. Hasta a Felipe González lo han tenido que sacar de su retiro dorado.

Las encuestas están dando casi un empate técnico, aunque mi previsión es que el PSOE aventajará al menos en cinco puntos porcentuales al PP el 9 de marzo. Yo no creo demasiado en las encuestas, pero Rodríguez, el Presidente del Gobierno más inclinado a la utilización del marketing como herramienta política debe andar preocupado. Eso explica cómo el Gobierno se ha lanzado, con todos los medios a su alcance, a intentar renovar el triunfo y, a ser posible, con mayor holgura.

La televisión pública estatal ya se ha dejado de remilgos y abre diariamente con la noticia que interesa a la campaña de Rodríguez. Hoy era la detención de cuatro etarras en Francia y las palabras en mitin del propio Presidente diciendo que “hemos cumplido la promesa de llevar ante la justicia a los que cometieron el atentado de la T-4”. O sea que detener terroristas es una promesa electoral, no la obligación lógica de un gobierno democrático. Ayer, mientras entrevistaban a Esperanza Aguirre en el canal público, pudimos ver un subtítulo en el que rezaba así: “El PP radicaliza el discurso y roza el populismo” (?).

El juez estrella y exdiputado socialista, Baltasar Garzón, regresado misteriosamente hace año y medio a la Audiencia Nacional en plena negociación del Gobierno con la banda terrorista ETA, está liderando, por orden de su partido, la lucha contra el entorno político del terrorismo. Algo que hace un año era absolutamente impensable y que tanto daño hizo al PSOE en las elecciones municipales. Ya se está corrigiendo el error. A la vez que se admite, por cierto.

La semana pasada, como ya se dijo aquí, el PSOE lanzó una campaña mediática, muy bien soportada por medio de relaciones públicas, admitámoslo, en la que diversos artistas –denominados intelectuales en ciertos círculos- pedían el voto para Rodríguez. El poder de las contrataciones públicas, las subvenciones y el favoritismo de Estado no tiene límites. Antes eran los manifiestos, pero ahora, con la cartera llena, ¡hagamos anuncios en televisión!. Si una marca comercial tuviera que pagar a todos los profesionales de la depredación del presupuesto estatal que salían en el anuncio, la cifra sería absolutamente escandalosa. ¿Alguien piensa que lo hicieron gratis?.

No. En esta vida gratis no hay nada. Ni las operaciones político/policiales, ni los canales de televisión, ni los regresos de los jueces que ganaban cientos de miles de euros por dar conferencias, ni los derechos de imagen de los artistas, quedarán sin remunerar. Es y será el dinero de todos los españoles el que pague todo eso.

8 de febrero de 2008

Yo voy a votar a Rodríguez


No, no he perdido el juicio. No, no es que me haya sentado tan mal que en el PP hayan dado la espalda a Alberto Ruiz-Gallardón. Lo voy a hacer por convicción.

Sí, ya sé que ha dilapidado cientos de millones de euros del presupuesto del Estado en publicidad, en contrataciones absurdas, en subvenciones electoralistas. Que la economía española va a sufrir un descalabro mayúsculo –dentro del cual ya se haya inmersa- a lo largo de este año y el que viene. Que Solbes no es más que la coartada perfecta pero que ni pincha ni corta.

Ya sé que ha negociado con ETA a las espaldas de todos los españoles. Que nos mintió negándolo. Que permitió a ANV presentarse a las elecciones pasadas y ahora han mandado a Garzón a ilegalizar lo que él mismo aceptó al no enviar a su perro fiel, el Fiscal General del Estado, a realizar su trabajo. Que todo fue parte de su frustrada negociación con ETA.

Ya sé que España ha perdido varios puestos en el escenario internacional. Que nuestros aliados estratégicos ahora son Venezuela, Cuba, Bolivia y Marruecos. Que Alemania, Francia, Reino Unido y EE UU no quieren saber nada de España. Que nos ha convertido en una suerte de “Caballo de Troya” del islamismo integrista en Occidente con el cuento de la Alianza de Civilizaciones –que no de civilizados-.

Ya sé que este Presidente ha convertido nuestro país en una “realidad plurinacional”. Que se ha plegado a cualquier reclamación regionalista con tal de sacar adelante una legislatura patética. Que nos ha separado cada vez más a los españoles en función de nuestra residencia, credo religioso, orientación sexual y tendencia política. Que ha fortalecido a las minorías en detrimento de las mayorías. Que ha instaurado la dictadura de lo “políticamente correcto”.

Lo sé. Todo eso y mucho más. Pero comprenderán mis estimados lectores que todos esos argumentos son una bagatela comparado con el deseo que, como ser humano, siento por seguir los designios de Joaquín Sabina y Miguel Bosé, dos de mis artistas –e ¿intelectuales?- favoritos. En lo más profundo de mi ser siento la obligación moral de votar como lo hacen mis ídolos musicales. Si Sabina vota a Rodríguez, yo quiero votar a Rodríguez.

Sé que el razonamiento puede sonar zafio, vacío, poco serio, falto de argumentos, seguidista. Pero no lo es. He caído impactado por ese anuncio que mi canal de televisión –el que pagamos entre todos los españoles- acaba de emitir en pleno telediario. En él, dos de mis cantantes más admirados –por su música, quiero decir-, junto con toda una pléyade de gargantas agradecidas, incluido algún actor extranjero –supongo que con nacionalidad recién obtenida-, dicen con un gestito afeminado que van a votar por Rodríguez. En ese mismo instante he sentido el irrefrenable deseo de hacer lo mismo que ellos. ¿Cómo puedo resistirme ante la tentación de votar igual que ellos?.

Espero que me comprendan mis decepcionados lectores.


La foto la es de aquí.

3 de febrero de 2008

Después de las rebajas


Ya ha pasado, aparentemente, la cuesta de enero. Ha sido una temporada de rebajas muy diferente a las que suele darse en las fechas posnavideñas. Este año los descuentos y bonificaciones han venido en forma de promesas electorales. Lo del Corte Inglés ha quedado en un segundo plano. Algunos han prometido descuento lineal de un puñado de euros por barba en el impuesto de la renta. Con su habitual estilo efectista, los asesores de publicidad y relaciones públicas que venimos pagando desde hace cerca de cuatro años entre todos los españoles, han sabido aprovechar el tirón de la cuesta de enero.

A Rajoy la cosa lo ha agarrado, como de costumbre, a contrapié. Con la tormenta pasajera vivida en sus propias filas, la cual no es más que el anticipo de la catarsis pepera que se le viene encima tras la eminente derrota electoral, el líder de la oposición no ha tenido más remedio que encajar el golpe y prometer guarderías para todos. Imaginamos que gratis.

Pero la realidad económica es tozuda. Inflación y desempleo es lo que indican con crudeza de las cifras que va a tener enfrentar el que gane las elecciones en marzo. Seguramente por eso Rodríguez haya querido ofrecer la regalía de los 400 euros, porque ya el público en general está notando los efectos de la crisis económica forjada –y disimulada- en los dos últimos años. El superávit presupuestario, herencia sin duda de los días de vino y rosas del “ladrillo de oro”, se ha ido dilapidando sin parpadear en ese derroche vergonzoso que los políticos llaman “gasto social”.

Para los no iniciados diré que el “gasto social” viene a ser todo ese dinero que se gasta un gobierno para favorecer a los más “desfavorecidos”. O sea, a los que necesitan de subvenciones, ayudas, regalías varias, empleos inútiles que no conseguirían jamás en el sector privado, etc. Por tanto, de lo que hablan nuestros dirigentes al referirse al término “gasto social” es de la compra –o alquiler- de votos a cuenta del presupuesto del Estado. Ni más ni menos. Claro, todo rodeado de un halo de generosidad –algunos tienen el descaro de llamarlo “redistribución de la riqueza”- que hacen que estas palabras suenen de lo más políticamente incorrectas.

Si en algo coinciden las tendencias de política económica es en que en tiempos de crisis el Estado debe ganar protagonismo e insuflar recursos al sistema para sustituir la menor actividad del sector privado. Estos recursos deben dedicarse principalmente a invertir en infraestructuras para que la actividad de la construcción –“Si la construcción va, todo va”, que vino a decir Le Corbusier- no se detenga y a apoyar al sector privado para que la inversión no colapse.

Pero lo que ha hecho este Gobierno hasta ahora ha sido dedicarse a poner más y más dinero en la economía a base de subvenciones, ayudas y convocatorias de empleos innecesarios, amén de derrochar unos 600 millones de euros al año en publicidad “corporativa”. En otras palabras en “gasto social” para asegurarse dos cosas. Primero dilatar al máximo el colapso de la economía española. Segundo asegurarse la victoria electoral, por medio de golpes de efecto que han costado muy caros a las arcas del Estado.

La inflación en España duplica la media de la UE, consecuencia inequívoca del engaño, fraguado a base de “gasto social”, en el que vive la economía patria. La factura llegará. Lástima que va a tardar más de un mes.