La verdad es que no sabía casi nada del –quizá- conflicto
bélico más importante del siglo XX después de las guerras mundiales. En España,
en las asignaturas de Historia, la guerra civil llegaba tarde en el transcurso
lineal de los acontecimientos del país. Se estudiaban más los pormenores de las
pinturas rupestres que los sucesos que rodearon a una guerra que se llevó por
delante a centenares de miles de personas.
Por eso, antes de que cayese en mis manos el libro La Guerra Civil Española, del insigne historiador británico Hugh
Thomas, mis conocimientos, básicamente, se reducían a la existencia de dos
bandos, la derrota de uno y la represión posterior del bando ganador liderado
por el militar Francisco Franco. Tampoco desconocía la existencia de un sistema
político republicano en el momento en que estalló la guerra.
Pero desconocía datos importantes. De acuerdo con el nada
sospechoso relato que hace Thomas de la situación política de España desde
principios del siglo XX, resulta que el golpe militar de 1936, tuvo un
preámbulo de intentos de golpe, rebeliones regionales e insurrecciones
políticas. De forma que desde el establecimiento de la II república en 1931, la
inestabilidad política española había ido en aumento.
Tres gobiernos en menos de cinco años tuvo la república: dos
de izquierda y uno de derecha. Sin
contar el gobierno provisional que derrocó a la monarquía y convocó cortes
constituyentes. Todos los gobiernos estuvieron fundamentados en alianzas de
múltiples partidos con ideologías dispersas. El último fue del denominado Frente
Popular, que contaba con diecisiete partidos diferentes y que dio una mayoría
escueta a Manuel Azaña.
Con ese panorama convulso, en el que cada tendencia política
defendía su ideología de forma tan apasionada que muchos no tenían reparos en
apoyar la violencia, surgían conspiraciones de todo tipo para alcanzar el poder, más allá de la democracia. Desde en intento de golpe de estado de
Sanjurjo, hasta la revolución fallida en Asturias, País Vasco y Cataluña de
1934, pasando por la persecución que la Iglesia Católica vivió desde 1931.
También la cuestión nacionalista estaba candente.
Así, el 17 de julio de 1936, un día antes de lo previsto por
los militares golpistas, se produce la sublevación en el Marruecos español, la
cual es contestada por el gobierno dando origen a la guerra civil. La asonada
no tenía justificación alguna, pero España era un polvorín a punto de estallar
por algún lado en cualquier momento.
Otro dato importante y significativo es la participación
extranjera en la guerra civil. Fueron unos 150.000 los foráneos que combatieron
en España durante esos oscuros años. Del lado nacionalista unos 80.000
efectivos entre alemanes e italianos, mientras que los marroquíes fueron unos
75.000 hombres. Del bando republicano fueron unos 50.000 los combatientes extranjeros, compuestos
principalmente por rusos, franceses, alemanes e italianos (eran las denominadas
Brigadas Internacionales). En cuanto
a los aliados de uno y otro contendiente, destacan Italia y Alemania junto a
Franco. Por su parte los republicanos contaron con el apoyo de Rusia y Francia, entre otros.
España fue en determinado momento campo de ensayo de las
potencias europeas en su preparación hacia la II Guerra Mundial. Especialmente por parte
de Alemania y su temible Legión Condor
y de Rusia que, además de exportar importante armamento, surtió al ejército
republicano de mandos e inteligencia militar. Rusia fue la gran beneficiada de
la guerra fraticida española, al recibir más de 600 toneladas de oro de parte
del gobierno de Azaña. El famoso Oro de
Rusia.
Aunque la guerra se prolongó durante algo más de dos años y
medio (julio de 1936 – marzo de 1939), lo cierto es que España se dividió en
pocos meses en dos y las batallas se sucedían únicamente en los frentes de
avance. De este modo, el Levante, por ejemplo, apenas resintió las consecuencias
de la batalla, concentrada en el norte y en el centro del país. No obstante, todo el país sufrió una dura
represión de parte ambos contendientes. Las víctimas de la retaguardia,
fueron muy cuantiosas en los dos casos: consejos de guerra, checas, policías políticos, etc, fueron
responsables de unas 130.000 muertes.
La victoria de los sublevados se debió, según Thomas, a la
unión y la disciplina militar impuesta por los correligionarios de Franco. Por
el contrario, entre los republicanos cundieron las disputas y las traiciones.
Los rusos enviados a España se dedicaron, no sólo a asesorar y apoyar a las
milicias republicanas, sino a perseguir a los que consideraban enemigos de
Stalin.
La guerra se prolongó innecesariamente durante el último año
por varios motivos. El primero, la falta de confianza de Franco para seguir
avanzando hacia Barcelona después de la Batalla del Ebro. El segundo fue la
estrategia de Negrín, basada en esperar que se produjera un conflicto europeo
que permitiese internacionalizar aún más la guerra interna. La derrota
republicana se precipitó debido al golpe de estado interno capitaneado por el
coronel Segismundo Casado. Madrid cayó finalmente sin lucha, al igual que
Valencia, que fue sede del gobierno durante gran parte de la contienda.
Hoy, ochenta años después, tampoco resulta fácil juzgar todo
lo sucedido durante aquellos sombríos años. La frialdad del relato de Thomas me
ayuda a comprender lo sucedido, a desentrañar un acontecimiento del que no cesa
de hablarse en España. Comentarios casi siempre desde la militancia y, mucho me
temo, desde el más profundo desconocimiento.
Sin duda, los 36 años de dictadura posteriores a la guerra
civil, fueron un periodo negro que prolongó las consecuencias del conflicto y
hace pensar a algunos que aún puede hablarse de revancha. Pero hoy los
españoles no somos los mismos que protagonizamos aquellos terribles años. Aprendamos
del pasado para no volver a vivirlo.