No sé si el amable lector está familiarizado con la fábula de los dos conejos de Tomás de Irarte. En la fábula se narra como dos conejos empiezan a discutir sobre la raza de los perros que los persiguen, galgos o podencos, de modo que al final, imbuidos en la discusión, se despistan y son cazados inexorablemente.
Esta fábula ejemplifica muy bien esta ceremonia que estamos viviendo en este traspaso de gobierno en Costa Rica. Parece que importa más el sexo o la edad de los cargos que su capacidad para acometer las importantes reformas legislativas y para solucionar las graves deficiencias que deja el ejecutivo saliente. Ser joven, mayor, alto, bajo, hombre o mujer no otorga especiales capacidades a las personas a la hora de ocupar un cargo público.
Esa especie de panacea titulada “Una nueva forma de hacer política” tendrá sentido si se ven los resultados. Porque algunos corren el riesgo de creer que esta nueva forma no sea más precisamente eso: forma. Meros movimientos para contentar a un sector de la opinión pública.
El Estado costarricense está al borde del colapso. Demasiados años de gasto público incontrolado, de ausencia de proyectos importantes, de permitir que esa inercia inmovilizadora del aquí nunca pasa nada sea la que rija los destinos del país. Llegados aquí poco importa el sexo, la raza, la religión o la edad de los ministros, lo que se necesitan son gestores capaces de tomar decisiones, incluso si son impopulares. Hacen falta personas honestas, valientes y ejecutoras para romper esta inercia.
Carlos Alvarado cuenta con un importante caudal político merced a su abultada victoria en segunda ronda. No necesita gestos para la galería. Es un hombre ambicioso y con las ideas claras. Ahora tiene que poner en marcha esos cinco ejes de los que no se cansó de hablar durante la campaña de balotaje. Ahora lo respalda un gabinete que combina experiencia con audacia, independientemente de la condición personal de cada uno de los componentes.
Esperemos que estos primeros pasos no representen la continuación de la política de gestos y titulares de Luis Guillermo Solís, que tan escasos resultados dio a lo largo de los últimos cuatro años. Porque no es hora de mirar la raza de los perros que nos persiguen. Es hora de trabajar.