24 de mayo de 2016

Por qué las minorías decidirán las próximas elecciones

Una señora de unos 32 años reclama en un programa de televisión su derecho a pasear en andas una vagina de gomaespuma de algo más de un metro de alto, por el centro de Málaga y gritando insultos hacia la Iglesia Católica. Ataviada como si aún siguiera en sus años universitarios, la activista afirma que está imputada penalmente porque “en España la Conferencia Episcopal continúa teniendo un poder que sobrepasa las leyes”. Candidata al Congreso de los Diputados por Podemos en Málaga.

Un señor con 40 años toma la palabra en la Diputación Provincial de Granada para afirmar que “Arnaldo Otegui es un preso político”, “un hombre clave para la paz en el País Vasco”. Entretanto confía en que la Guardia Civil “se convierta en una institución democrática”. Diputado Provincial por IU, hoy Unidos Podemos.


Ambos han construido sus vidas recientes en torno a este tipo de causas reivindicativas. Sólo hay que visitar sus perfiles en la redes sociales para comprobar el grado de exaltación que sienten por sus causas: feminismo y guerracivilismo, respectivamente.

En este activismo se insertan gran cantidad asuntos que poco o nada tienen que ver con los grandes problemas del Estado: desahucios, maltrato animal, memoria histórica, apoyo o rechazo al aborto, apoyo o rechazo a la inmigración, etc.  Asuntos que, en cierta medida, generan importantes filias pero que no pueden ser asumidos de forma clara y contundente por los grandes partidos.

¿Cuántos votos perdería el PSOE si apoyara la abolición de las corridas de toros?. ¿Cuántos votos perdería el PP si cerrara las puertas a la Ley de Memoria Histórica?. Los grandes partidos no pueden asumir el coste político de tomar una determinada posición frente a temas aparentemente irrelevantes para el conjunto de los ciudadanos.

La repercusión mediática de lo políticamente correcto es muy elevada. Tanto que las minorías han ido ganando espacios cada vez más amplios en el imaginario común de los votantes. Imponiendo opiniones que hace unos años nos hubiesen parecido descabelladas.

Sin embargo, existen partidos políticos que son conscientes del poder de las minorías y han sido capaces de mimetizarse con ellas para obtener su favor. Así, la suma de las minorías –cegadas por su activismo militante- conforma una mayoría inaudita en España. Una mayoría que lleva a compartir bandera a los militantes del sindicato del PER en Andalucía, con los del Espanya ens roba en Cataluña. Que cubre bajo un mismo techo a altos cargos de las administraciones públicas y a personajes que dedicaron parte de su vida a aplaudir y brindar por cada crimen de la banda armada ETA.

Todo vale para alcanzar el poder. Una vez logrado, todo son símbolos, gestos, detalles, guiños, payasadas en sede parlamentaria o consistorial para que los adeptos continúen unidos. Al fin y al cabo, en eso consiste el activismo en apoyar una causa, aunque la causa deje de estar vigente. En votar a ciegas mientras la papeleta lleve en su discurso la justa causa a la que han dedicado su blog, su muro en Twitter, su vida.


España enfrenta retos mucho más allá del Toro de la Vega, de la procesión del coño insumiso, del uso de la estelada en un partido de fútbol.  Retos que tienen que ver con la ausencia de un rumbo claro y común en asuntos como la educación, la sanidad, las infraestructuras o nuestra posición en el mundo. Pero serán las causas de las minorías las que decidan quién nos gobernará en los próximos años, no les quepa la menor duda. Al fin y al cabo, una importante mayoría de los votantes no tiene nada que perder... o eso creen ellos.

16 de mayo de 2016

Esta izquierda... (sé que no lo van a leer)

En estos días hemos asistido a la defunción del agónico Partido Comunista de España (PCE) y sus secuelas, agrupadas bajo diversos acrónimos. Los comunistas en España son una suerte de grupo marxista-leninista que se resistía a su extinción. Su resultado electoral del 20 de diciembre fue el epílogo de una historia de fracaso.

Pero ese grupo minoritario, que nunca logró un resultado electoral memorable, era el reflejo de una sociedad en la que aún existían varios centenares de miles de ciudadanos de una izquierda nostálgica y bizarra. Ahora las cosas han cambiado y esa minoría de izquierdas se transforma en una nueva mayoría que ha fagocitado sin complejos a esos nostálgicos del PCE y sus socios.

Resulta curioso que haya nacido un partido político en España que, con un discurso similar e incluso más agresivo que el del PCE, logre resultados tan importantes como los que consiguió Podemos en diciembre. ¿Qué ha cambiado para que una sociedad que nunca apoyó al trasnochado PCE apoye masivamente a una opción más a la izquierda?.

Quizá el primer factor sea la aparición en España, bajo la excusa de la crisis económica, de un resentimiento social desconocido hasta el momento. En España hemos pasado de ser un país de éxito, a aborrecer cualquier atisbo de éxito por parte de cualquiera de nuestros paisanos. El éxito ha sido transformado por los medios de comunicación en un sinónimo de ambición pre-crisis, de capitalismo salvaje, de corrupción.

Podemos ha capitalizado el discurso de este resentimiento basado en la antigua dicotomía comunista de los pobres contra los ricos. Como si tener éxito, ser un profesional reconocido o simplemente ser un empresario próspero fuera lo mismo que ser un evasor, un ladrón, un corrupto. Es la pobreza mental de la suma cero del comunismo: si alguien gana algo es porque otro lo pierde.

El siguiente ingrediente fundamental han sido los cacareados recortes del Estado de Bienestar en España. La realidad es que en España el Estado apenas ha visto reducirse su tamaño en los ocho años que dura ya la crisis económica. Ni se han producido despidos masivos de empleados públicos, ni las administraciones han dejado de gastar decenas de miles de millones de euros en partidas que en poco o nada se traducen en servicios públicos esenciales: salud, educación, infraestructuras, justicia o seguridad. Al contrario, ha sido la inversión pública la que ha sufrido mayores recortes con los consiguientes efectos sobre el sector privado.

Sin embargo, la tímida reducción del gasto público ha sido aprovechada por esta nueva izquierda para multiplicar su influencia en una sociedad cada vez más sensible a los asuntos públicos relacionados con el gasto. El efecto exponencial de este factor ha sido la corrupción. Cualquier caso de corrupción pública ha sido convertido en una palanca para hacer creer que el dinero de la corrupción estaba relacionado con los recortes: “Ellos roban y nos recortan a nosotros”.

Es ese ellos contra nosotros el principal movilizador de esta izquierda. Se busca la confrontación política, la división social y se inventa la segregación económica. De ahí que prácticamente no tengan propuestas reales en su programa más allá de buscar el revanchismo hacia los otros. Para ello no han dudado en apuntarse a la vieja teoría de las Dos Españas y afiliarse –a pesar de su juventud- al bando políticamente correcto para resucitar la contienda en la búsqueda de nuevos adeptos.

A lo anterior hemos de sumar la indisimulada doble moral de esta izquierda: enchufismo, apoyo al independentismo, alineación con el entorno pro-etarra, etc. Colocaciones indiscriminadas de sus correligionarios –incluidos familiares- en aquellos lugares en los que gobiernan. Doble discurso sobre la unidad de España y apoyo a los referendos de independencia. Resucitan los muertos de la Guerra Civil pero pretenden que olvidemos a los asesinados por ETA. Estos factores suman votos ante un electorado cada vez más influenciable por las redes sociales. Las redes promueven una especie de activismo militante en determinados temas, de forma que el votante no mira el panorama general, sino cuál es el partido que se alinea con mi causa. Es la victoria de las minorías de la que hablamos aquí.

Esta es la izquierda que logra resultados en España y que está cerca de formar opción de Gobierno. Esta es la izquierda de la ruptura de cerca de cuarenta años de convivencia pacífica y tolerante entre españoles. La izquierda que está haciendo buenas las palabras de Napoleón Bonaparte: “A la mayoría de los que se sienten oprimidos, no les importaría ser opresores”.