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15 de diciembre de 2009
Diseccionando el problema
He de confesar que llevo muchos días dándole vueltas a la redacción de estas líneas. Mejor dicho, pensando en cómo enfocar un asunto espinoso y bastante complejo. Tan complicado que se está simplificando en extremo. La opinión pública en general, quizá azuzada por los medios de comunicación, está asumiendo que el tema de Aminatu Haidar es un todo con la situación del Sáhara Occidental. Lamentablemente parece que el Gobierno ha caído en la misma simplificación. Me explico, esto es, disecciono.
Por una parte tenemos a una señora que ingresa ilegalmente en España, aparentemente con el plácet del propio Gobierno de nuestro país. Esta señora es, según se puede interpretar, deportada por Marruecos a territorio español porque se niega a aceptar que su nacionalidad es la del país alauita. Una vez en España, Haidar decide que quiere regresar a El Aaiún como ciudadana saharaui, para lo cual inicia una huelga de hambre en el aeropuerto de Lanzarote. Hasta aquí una parte del asunto.
Pero esta disección, vista así aisladamente, tiene su enjundia, dado que Haidar está echando un pulso a España para lograr un objetivo político, para eso es una reconocida activista. O sea que nuestro Gobierno, de forma incomprensible, ha permitido que esta mujer entre en nuestro país y le plantee un chantaje en toda regla. Sí, sí, jugándose su vida, pero un chantaje al fin y al cabo. Por el camino los gobernantes de esta realidad plurinacional conocida como España, le han propuesto otorgarle la nacionalidad española y hasta regalarle un piso y que se traiga a su familia. A partir de aquí que cada cual saque sus conclusiones.
La segunda parte la encontramos en la amplificación del hecho aislado. Esta extensión del asunto, consecuencia del chantaje, pasa por dos bifurcaciones: las relaciones bilaterales con Marruecos y el apoyo activo a la independencia del Sáhara Occidental. En mi opinión, España debe tener una excelente relación con el país vecino. Por muchos motivos Marruecos es un aliado fundamental y estratégico. Ahora bien, esta relación debe fundamentarse en el respeto mutuo, para lo cual España tiene que admitir las peculiaridades del modelo de Estado del reino alauita. A su vez, Marruecos tiene que tratar con respeto a nuestro país. Los chantajes, aunque no vengan de la mano de activistas de reconocido prestigio, son afrentas que ningún país soberano debe aceptar dando la callada por respuesta.
Por último, pareciera que todo gira en torno a la independencia del Sáhara Occidental o República Árabe Saharaui Democrática, que es la denominación que le da el Frente Polisario a este territorio. Es como si este episodio fuese a desembocar en el sueño de la activista Haidar y los suyos. Si la resolución del conflicto actual le es favorable, posiblemente sea una importante victoria moral, pero de ahí a la independencia va un trecho muy largo.
Un camino que debiéramos plantearnos si tiene sentido o incluso si es conveniente. Sobre esta opción dejo en el aire algunas preguntas que parecen no tener cabida en la opinión pública española: ¿Debe dejarse este territorio en manos del Frente Polisario?. ¿Se puede convertir el Sáhara Occidental en un estado fallido a merced del islamismo integrista cuando Marruecos deje de controlarlo?. ¿Vamos a tutelar desde España o Europa un proceso de desarrollo económico, social y político de ese nuevo país, o lo vamos a dejar al albur de los activistas que hoy piden el control del territorio?.
Como podrá comprobar el lector, un problema complejo, con muchas aristas. Confío en el Gobierno corrija su error inicial y finiquite el asunto sin tener que resolver el todo de forma precipitada.
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9 de diciembre de 2009
Quo vadis España?
No salgo de mi asombro ante la noticia de la agresión al periodista Hermann Tertsch y las circunstancias que han rodeado este ataque. Mi perplejidad se multiplica cuando echo un vistazo en la Red a lo escrito sobre el tema y veo reacciones impropias de cualquier ser humano. Me repugnan las justificaciones de esta agresión cobarde.
No cabe duda de que algo está sucediendo en España. Algo grave quiero decir. Esta división del país, patrocinada desde el Palacio de la Moncloa, alcanza ya una dimensión física, agresiva. A cualquiera que se sienta demócrata debe avergonzarle el montaje que realizó el programa de José Miguel Monzón, alias Gran Wyoming, por el que llamó asesino a Tertsch. Sin embargo este individuo no es más que el reflejo en clave humorística de la confrontación política que vive España. Una confrontación que nos divide en pacifistas y belicistas, fachas y progres, buenos y malos, en definitiva.
Este cainismo es el resultado de la intensa siembra de la cizaña que viene sembrando el partido en el poder desde que accedió al mismo. La criminalización del que piensa diferente se ha instalado en nuestra sociedad. Por parte de unos como hecho institucionalizado, por medio de una presunta superioridad moral que se obtiene por el mero hecho de votar a un determinado partido político. Por el otro lado como reacción ante el acoso del pensamiento único gubernamental que pretende homogeneizar a los individuos o echarlos del sistema.
Realmente siento mucho asco ante este episodio. Aunque no creo que la solución sea tratar con el mismo rasero a los que abominan de los que no pensamos igual que ellos. Parece que nuestra sociedad, empezando por los políticos y los medios de comunicación, tiene que detenerse a reflexionar acerca de hacia dónde nos dirigimos. En caso contrario será el odio el que nos lleve a algún puerto, seguramente no deseado por nadie.
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2 de diciembre de 2009
Lecciones hondureñas
A pesar de que mientras escribo estas líneas apenas está dando comienzo un nuevo episodio de la crisis de Estado que vive Honduras, se me antoja posible extraer una serie de enseñanzas que, como consecuencia de esta experiencia, debiéramos comentar antes de caer en el error de esperar un resultado y seguir mirando para otro lado.
Sobre todo porque, a tenor de la vertiente que está tomando el asunto, a lo mejor el resultado no lo vamos a tener hasta que no asistamos a la enésima guerra civil en América Latina. Todo ello con la complacencia de unos y la inactividad de otros, que son en realidad los que están jugando la partida, siendo Honduras el ocasional tablero.
Lo sucedido en Honduras es un claro ejemplo de lo que puede ocurrir en cualquier país de esta parte convulsa del Planeta, incluida Costa Rica. Sin olvidarnos de que, con distinta configuración y –por ahora– resultado, es lo mismo que ha pasado en Venezuela, Ecuador o Bolivia. A lo que me refiero no es solamente al advenimiento del mal llamado “socialismo del siglo XXI”, sino al fin de las oligarquías económicas nacionales como únicos entes que gestionan el poder.
Los culpables. No nos engañemos. La culpa de esta oleada populista no es de los que han sabido aprovecharse, primero, de la demagogia como forma de hacer política para llegar al poder; y, posteriormente, de los ingentes recursos de los Estados para apuntalarse en el gobierno. Los que deben sentirse culpables son aquellos que cuando tuvieron todo el poder económico y político en sus manos, no hicieron más que pensar en mantener sus privilegios, olvidando que sus países continuaban año tras año en el furgón de cola del desarrollo.
En Venezuela, Bolivia y Ecuador fueron advenedizos los que supieron ver la oportunidad, jaleada eso sí en el caso de Morales y Correa con petrodólares venezolanos. Sin embargo, en Honduras el que pretendió seguir el modelo bolivariano de perpetuarse en el poder fue “uno de los nuestros”.
Zelaya no es un indígena, ni un exgolpista, ni tampoco un populista formado en universidades de EE. UU. y Europa, sino un terrateniente que se dejó llevar por los cantos de sirena de Hugo Chávez. Así pasó del liberalismo al popularsocialismo para buscar la redención de sus males mediante el clásico mandato bolivariano; es decir, vitalicio.
La primera lección es, por tanto, la que deben aprender no pocos latinoamericanos que se sienten parte del poder por su cuna o su éxito empresarial. Hoy ya no basta con permitir que el pueblo subsista. Desde que la televisión se ha popularizado, los pobres, como bien señala Arturo Condo, rector del Incae, saben que hay otro tipo de vida más allá del arroz y los frijoles.
Mundo de medias tintas. Y aunque esa entelequia llamada “comunidad internacional” continúe buscando una salida al conflicto de Honduras, lo cierto es que nos ha dejado bastante clara su absoluta incapacidad para enfrentar los problemas reales de este complejo panorama. Occidente continúa inmerso en ese mundo de prejuicios y medias tintas, donde la expresión “golpe de Estado” no tiene cabida, por políticamente incorrecta.
Así, las grandes naciones occidentales parecen incapaces de ver que más peligroso que una asonada militar de cinco meses de duración, apoyada por los poderes constitucionales, puede ser que el populismo bolivariano campe por sus respetos en un país con una destacada importancia geoestratégica. Esta crisis ha venido a traernos, como segunda lección clave, que, por una parte, Brasil, con su peligroso eclecticismo político, empieza a ser un actor decisivo en la región. A continuación, que los que tanto se felicitaban desde América Latina con el advenimiento de Obama, deben estar más que defraudados por lo inútil del papel de los EE UU en este asunto. Por último, se certifica que la influencia de España en el continente ha dejado de existir.
Publicado en La Nación de Costa Rica.
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