He tenido oportunidad de ver parcialmente el nuevo programa de TVE anunciado a bombo y platillo en el que el público –elegido al azar, según contaban- podía preguntar a su antojo –sin preparación previa, según anunciaban, aunque al invitado se le escapó decir en un momento dado: “Esto sí que no estaba preparado”- al Presidente del Gobierno. En general, el programa parece interesante. Las respuestas políticas y vacías, como era de esperar y se echa en falta el derecho de réplica.
Hoy, gracias al programa, sabemos que el Presidente de nuestro país cree que un café cuesta 80 céntimos de euro, un cincuenta por ciento menos de la realidad, y que prefiere que sean mujeres las que ocupen el 50 por ciento de los cargos, aunque los mejor capacitados se queden fuera por motivo de las cuotas. Aparte de eso y del continuo ir y venir de los logros económicos de su gobierno, incluido el descenso en los incrementos en el precio de la vivienda –del 14% al 9%-, lo cual me parece inaudito, poca novedad nos ha aportado este programa. Todo son preocupaciones compartidas y generalidades, política de “café para todos”. Para los inmigrantes, para los desempleados, para los que no pueden adquirir una vivienda digna, etc.
En un momento del programa una joven le ha recordado a Rodríguez aquella frase que corearon sus seguidores más inmaduros –por la edad quiero decir- en la noche de su victoria electoral: “Zapatero no nos falles”. El tipo ha tragado saliva y Rocío, que así se llama la chica, le ha venido a decir en la cara que se siente defraudada. Rodríguez ha visto una puerta abierta ante la crueldad de la acusación y nos ha dado la clave de todo su mandato: “los jóvenes lo que pedían era que España no estuviese en la guerra de Irak y mi primera decisión fue hacer que la tropas volviesen del Golfo. Por tanto yo creo que no he decepcionado a nadie”. Ahí queda eso.
En estos días, con la perspectiva de los años, algunos se dan cuenta de algo que otros vislumbramos desde el primer momento. España se encontraba en una situación de plenitud y el mayor problema de nuestro país, para muchos españoles, sobre todo para los más inmaduros –insisto, por la edad-, era una guerra a miles de kilómetros. Esa es la justificación última de todo. Esa era la única apuesta de un partido y de un dirigente político que alcanzó el poder por medio de una secuencia de acontecimientos fuera de todo contexto electoral. Ese era el único programa electoral: “No a la guerra”. Lo demás se ha ido construyendo como el caminante de Machado, haciéndose camino al andar.
Un lugar de difusión y debate de ideas desde una perspectiva moderada y centrista. Política y economía de España y Latinoamérica.
28 de marzo de 2007
16 de marzo de 2007
De la autoridad moral
En este mundo virtual en el que nos movemos sin duda trasladamos, algunos más que otros, nuestros anhelos, pasiones, miedos y, principalmente, nuestro ego a palabras, frases, conversaciones y a una realidad en la que trascender por encima de lo cotidiano. Algunos piensan que ese traslado les da licencia para sentirse superiores y se sienten acreedores de una autoridad moral impuesta por los ideales a los que abrazan, cuando no simplemente por circunstancias externas y fútiles.
En no pocas ocasiones uno tiene que leer reproches de personas que se sienten en un plano de superioridad otorgado por la autoridad moral que les brinda su presunto nivel cultural. Este quizá sea el menos grave de los ejemplos, sin embargo algunos lo convierten en una coraza inexpugnable que les permite sustituir la falta de argumentos por frases grandilocuentes o citas prestadas tomadas de su vasta y enciclopédica lectura.
Existe una importante cantidad de blogueros, foristas y similares que han hecho de los acontecimientos que sucedieron al fatídico 11 de marzo de 2004 su gran caballo de batalla y, por ende, su posibilidad última de sentir que tienen autoridad moral sobre los que se atreven a discernir sobre ellos en asuntos diversos, tengan o no que ver con aquellos terribles hechos. Han forjado toda una cultura en torno a la autoría de los atentados o acerca de los motivos que los originaron, Guerra de Irak incluída.
He tenido ocasión, igualmente, de ser atropellado por la supuesta autoridad moral de los que ponen nombre y apellidos, con foto incluida, en un foro de Internet. Al igual que algunos se sienten con autoridad moral por acudir o haber asistido a manifestaciones a las que su interlocutor no lo hizo. O esos otros que vivieron en sus propias carnes la crudeza de un régimen dictatorial y cuyos efectos debemos pagar, por la vía de la autoridad moral, los que no tuvimos esa dudosa oportunidad.
“Habemos gente pa tó”, que dijo el torero –discúlpenme por no recordar si fue “El Gallo” o “El Guerra”- y en este medio, que además permite cierta licencias que nos costarían el físico en la vida real, no busquemos, desde luego, la homogeneidad.
Pero la posición que más me conmueve, y no lo digo en el sentido emotivo de la palabra, es la de aquellos que por ser de una tendencia política, mayormente de izquierdas, se sienten en un plano de superioridad sobre el resto de los que no hemos acogido en nuestro discurso los “valores” que ellos voluntariamente y por convicción, evolución personal o por mediación de la tradición familiar han abrazado. A estas alturas de la democracia resulta más que sospechoso que los que se revisten de la presunta autoridad moral del izquierdismo quieran condenarnos a los demás al silencio. Que intenten sin pestañear demostrar que nuestras ideas, argumentos o posiciones no son válidas por el mero hecho de no estar alineadas con sus ideales políticos.
El que escribe no tiene autoridad moral ninguna cuando de debatir un tema se trata. Esa es la simple, sencilla y pura verdad. Porque cuando uno se sienta a redactar unas líneas, al menos en mi caso, la única autoridad moral es la de las ideas, la de los argumentos y, sobre todo, la del sentido común. Pero si queremos revestirnos de autoridad porque nos sentimos moralmente superiores o creemos que nuestros argumentos son más válidos que los del resto, entonces además debemos echar mano de la coherencia, de la consistencia y de la solidez de nuestra posición, muy por encima de la vehemencia, de los pasados gloriosos o tenebrosos, de los nombres y apellidos, de las ideologías prestadas y de todo lo que, en realidad, no hace más que cargarnos de prejuicios y de ideas de segunda mano.
En no pocas ocasiones uno tiene que leer reproches de personas que se sienten en un plano de superioridad otorgado por la autoridad moral que les brinda su presunto nivel cultural. Este quizá sea el menos grave de los ejemplos, sin embargo algunos lo convierten en una coraza inexpugnable que les permite sustituir la falta de argumentos por frases grandilocuentes o citas prestadas tomadas de su vasta y enciclopédica lectura.
Existe una importante cantidad de blogueros, foristas y similares que han hecho de los acontecimientos que sucedieron al fatídico 11 de marzo de 2004 su gran caballo de batalla y, por ende, su posibilidad última de sentir que tienen autoridad moral sobre los que se atreven a discernir sobre ellos en asuntos diversos, tengan o no que ver con aquellos terribles hechos. Han forjado toda una cultura en torno a la autoría de los atentados o acerca de los motivos que los originaron, Guerra de Irak incluída.
He tenido ocasión, igualmente, de ser atropellado por la supuesta autoridad moral de los que ponen nombre y apellidos, con foto incluida, en un foro de Internet. Al igual que algunos se sienten con autoridad moral por acudir o haber asistido a manifestaciones a las que su interlocutor no lo hizo. O esos otros que vivieron en sus propias carnes la crudeza de un régimen dictatorial y cuyos efectos debemos pagar, por la vía de la autoridad moral, los que no tuvimos esa dudosa oportunidad.
“Habemos gente pa tó”, que dijo el torero –discúlpenme por no recordar si fue “El Gallo” o “El Guerra”- y en este medio, que además permite cierta licencias que nos costarían el físico en la vida real, no busquemos, desde luego, la homogeneidad.
Pero la posición que más me conmueve, y no lo digo en el sentido emotivo de la palabra, es la de aquellos que por ser de una tendencia política, mayormente de izquierdas, se sienten en un plano de superioridad sobre el resto de los que no hemos acogido en nuestro discurso los “valores” que ellos voluntariamente y por convicción, evolución personal o por mediación de la tradición familiar han abrazado. A estas alturas de la democracia resulta más que sospechoso que los que se revisten de la presunta autoridad moral del izquierdismo quieran condenarnos a los demás al silencio. Que intenten sin pestañear demostrar que nuestras ideas, argumentos o posiciones no son válidas por el mero hecho de no estar alineadas con sus ideales políticos.
El que escribe no tiene autoridad moral ninguna cuando de debatir un tema se trata. Esa es la simple, sencilla y pura verdad. Porque cuando uno se sienta a redactar unas líneas, al menos en mi caso, la única autoridad moral es la de las ideas, la de los argumentos y, sobre todo, la del sentido común. Pero si queremos revestirnos de autoridad porque nos sentimos moralmente superiores o creemos que nuestros argumentos son más válidos que los del resto, entonces además debemos echar mano de la coherencia, de la consistencia y de la solidez de nuestra posición, muy por encima de la vehemencia, de los pasados gloriosos o tenebrosos, de los nombres y apellidos, de las ideologías prestadas y de todo lo que, en realidad, no hace más que cargarnos de prejuicios y de ideas de segunda mano.
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10 de marzo de 2007
¿Quien es Pilar Manjon?
Hoy me ha impactado ver nuevamente en televisión a esa señora enlutada y cariacontecida que saltó a la fama por su comparecencia en la comisión parlamentaria del 11-M. Pilar Manjón ha acudido a un foro a rechazar de plano la "teoría de la conspiración" y a acusar a los que la defienden de obtener rentabilidad política -y económica- por ello. Esta señora me recuerda a las imágenes de las mujeres de principios del siglo XIX. Aquellas que tomaban vinagre para parecer más pálidas porque los cánones del Romanticismo imperante así lo demandaban.
A Pilar Manjón le asesinaron a un hijo aquel fatídico día y le nació la vertiente política dos días después con la oleada de agit-prop. Ahora no pide justicia para su hijo, sino que quiere que el juicio político del 14-M se traslade a los tribunales y que se juzgue a los gobernantes de aquel momento. La Manjón -qué pena ver el apellido de don Andrés haciéndose famoso por esto- no está interesada en conocer la verdad hasta las últimas consecuencias de lo que sucedió y quiénes orquestaron aquella masacre, lo suyo es dedicarse a la pseudo-política versión "tengo autoridad moral porque me mataron a mi hijo".
A Pilar Manjón la ponen en La Primera y le sacan una entrevista en El País siempre que al Gobierno de Rodríguez le interesa. Hoy la hemos visto por eso, porque pintan bastos con lo de la libertad de facto de De Juana y hay que remontar a base de remover muertos, incluído el hijo de la diva socialista del 11-M, perdón por el sarcasmo.
A Pilar Manjón le asesinaron a un hijo aquel fatídico día y le nació la vertiente política dos días después con la oleada de agit-prop. Ahora no pide justicia para su hijo, sino que quiere que el juicio político del 14-M se traslade a los tribunales y que se juzgue a los gobernantes de aquel momento. La Manjón -qué pena ver el apellido de don Andrés haciéndose famoso por esto- no está interesada en conocer la verdad hasta las últimas consecuencias de lo que sucedió y quiénes orquestaron aquella masacre, lo suyo es dedicarse a la pseudo-política versión "tengo autoridad moral porque me mataron a mi hijo".
A Pilar Manjón la ponen en La Primera y le sacan una entrevista en El País siempre que al Gobierno de Rodríguez le interesa. Hoy la hemos visto por eso, porque pintan bastos con lo de la libertad de facto de De Juana y hay que remontar a base de remover muertos, incluído el hijo de la diva socialista del 11-M, perdón por el sarcasmo.
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