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29 de noviembre de 2007
Una auténtica e incómoda verdad
Llevo tiempo denunciando el increíble poder que tienen los medios de comunicación en la sociedad actual. Este poder es el que realmente está generando el fenómeno que conocemos como globalización y que tantos –y tan variopintos- detractores aglutina. Estos enemigos, curiosamente globalizados en sus proclamas, del mundo interconectado, sin embargo, nunca reparan en que son los medios de comunicación los que verdaderamente han creado el fenómeno global. Porque las mercancías, los capitales y las personas siguen teniendo fuertes barreras, tanto físicas como legales, para su libre movimiento por el globo terráqueo. La información no. Internet y la televisión vía satélite han eliminado cualquier tipo de frontera. Esta globalización, evidentemente mediática, hace que surjan modelos de comportamiento y de opinión uniformes en prácticamente todo el planeta.
El más claro ejemplo de lo que digo lo estamos viviendo hoy con algo que se está convirtiendo en la mayor preocupación de la Humanidad entera: el cambio climático. Desde que el excandidato a presidir los Estados Unidos de América, Al Gore, decidiera dedicar su existencia pública al tema, han corrido verdaderos ríos de tinta –por fortuna mucha ha sido digital- y se han producido millones de minutos de programas de televisión hablando acerca del mismo. Esta dedicación mediática ha sido y sigue siendo acumulativa y exponencial, es decir, cuanto más se habla del asunto más importante se vuelve para los medios y más espacio dedican a su análisis.
En este mundo lo que cuentan de verdad son los premios Oscar. Inequívoca puerta de entrada y catapulta de este “gran problema” que ha devuelto a la palestra al fracasado candidato Al Gore. No podemos culpar a la Academia Estadounidense de Cine de nada, dado que sus premios se basan en la calidad cinematográfica –o algo así- y no en el rigor científico. ¿Cómo van a saber los académicos del cine gringo que dentro de 50 años el nivel del mar se estima que crecerán en 20 ó 30 centímetros y no en 7 metros, como dice Gore en su laureado documental?. Tampoco podemos culpar a la Academia Sueca de las Ciencias de entregar el Nóbel de la Paz a este personaje. Al fin y al cabo no se lo dieron en la categoría de física, sino en esa otra rama tan etérea que es la paz. Ya los del Nóbel han dado claras muestras de ser partidarios de seguir la corriente mundial al otorgar este mismo premio a Yasser Arafat, Henry Kisinger o Rigoberta Menchu, por poner algunos ejemplos un tanto contradictorios.
De este modo nos encontramos que el cambio climático se está consolidando como el mayor conflicto que los habitantes de la Tierra tenemos entre manos. Desde Uzbekistán hasta Polinesia, pasando por España, en los medios de comunicación no se habla de otra cosa. Esto ha generado la opinión generalizada de que los gobiernos deben prestar atención prioritaria al asunto. Incluso la propia ONU anda más preocupada por este asunto que por erradicar la pobreza en el mundo o por reprender a los países ricos porque siguen vendiendo armas a los países africanos en permanente conflicto bélico. La ONU siempre tan mediática y tan mediatizada.
En este afán de seguir la corriente global y de agradar a la lobotomizada opinión pública española, siempre tan políticamente correcta, el presidente del Gobierno no cesa de centrar su agenda en tal importante asunto para los españoles. Desde recibir con honores de jefe de estado a Al Gore, hasta poner en marcha todo tipo de peregrinas medidas contra el cambio climático. Sin olvidar el cheque que se llevó hace unos días Bill Clinton a costa del bolsillo de los españoles. No hay palabras. España es uno de los países que menos contamina de toda Europa, sólo emite más gases que Portugal y Suiza. Pero se ve que España no tiene otros problemas. Lo del aumento de la cesta básica de la compra en dos dígitos es una bagatela comparado con el acuciante calentamiento terráqueo.
La gran paradoja de todo este asunto es que todo este movimiento global procede del país que más contamina del mundo. De la primera potencia mundial en emisión de dióxido de carbono, la cual ni siquiera acepta poner en marcha el denominado Protocolo de Kyoto. El que fuera vicepresidente de los EE UU ahora nos receta al resto de los mortales su “verdad incómoda” en formato urbi et orbi. Pero el oscarizado político no fue capaz en ocho años de gobierno de hacer absolutamente nada porque su país cumpliera con el Protocolo de Kyoto. Esa es la auténtica e incómoda verdad que nadie se atreve a decirle a Gore.
20 de noviembre de 2007
El complejo criollo y el complejo conquistador
El reciente capítulo protagonizado por Juan Carlos de Borbón y Hugo Chávez, en la Cumbre Iberoamericana celebrada en Chile, ha servido a algunos para despertar los odios viscerales que aún dormitan en una parte de la población latinoamericana. Como es habitual, esto sucede con el apoyo incondicional de no pocos de los odiados que, en su afán políticamente correcto por defender a presuntas minorías, incluso se permiten el lujo de auto-flagelarse.
Me ha causado sorpresa que el recordatorio de la colonización de América, en esta ocasión, haya venido de un prestigioso intelectual costarricense, el cual ha querido formular un paralelismo entre el “¿Por qué no te callas?” y los acontecimientos que se produjeron hace varios siglos, cuando los conquistadores españoles visitaban –para quedarse- por primera vez estas tierras. Ya el propio interpelado esta semana circundó dichos terrenos. Nada nuevo bajo el sol. Al que se cree un Simón Bolívar tercermilenario ese discurso le sale con toda naturalidad, dado que en él se asienta parte del odio continuamente reavivado que le mantiene en el poder. Hoy somos los españoles y mañana serán los estadounidenses. El odio es lo que más une al ser humano.
Este asunto de culpar a los demás de los males de América Latina es tan viejo y está tan manoseado que ya no se sostiene. Pero algunos le siguen sacando jugo y culpan sin remilgos a sus antepasados. Sí. Sus antepasados. Los de Fidel Castro, Daniel Ortega, Hugo Chávez y toda su caterva de líderes mesiánicos con su pátina de indígenas. Porque fueron los ancestros de todos estos los que llegaron a “hacer las américas” y se quedaron. Que nadie se olvide de eso. Por eso cuando levantan el dedo acusador espetando aquello de “los españoles que vinieron a llevarse el oro”, resulta que hablan de sus propios antepasados.
Nicaragua se independizó de España en 1821, Bolivia en 1825, Ecuador en 1830 y Venezuela en 1845, por poner cuatro ejemplos de países cuyos líderes aún continúan con la monserga de los conquistadores. En otras palabras, han pasado cerca de dos siglos y los españoles continuamos siendo los culpables de los males que afectan a gran parte de los pueblos de esta parte del Atlántico. ¿Sospechoso no les parece?.
¿Será posible que nadie se haya parado a pensar que los deseos –y consecuciones- independentistas de personajes tan alabados como Simón Bolívar, no eran más que las ansias de poder y hegemonía de la población de origen español que, con base en su nacimiento criollo, no querían seguir sometidos a los vientos liberales que procedían de Europa?. Si los españoles somos culpables de que Latinoamérica no levante cabeza, ¿serán los británicos, holandeses y franceses culpables de la bonanza que afecta a los EE UU y Canadá, a pesar de que arrasaron con la población indígena?.
Discúlpenme por la formulación retórica de tales interrogantes. El caso es que estoy convencido de que muchos de los que, como borregos, aceptan sin titubeos el mensaje que culpabiliza a la colonización europea de estas tierras de todo lo que viene sucediendo desde que abandonaron el neolítico hasta nuestros días, no se han detenido a plantearse semejantes interrogantes. Ni de un lado de la “mar océana”, que dijera Colón, ni del otro.
No olvidemos que del lado de los presuntos culpables, hay quiénes se solidarizan con ese concepto mesiánico denominado “los oprimidos pueblos de América”. No sabemos si en un acto de aceptación o de acusación: “Fueron ellos, nosotros siempre fuimos de izquierdas”. Algunos acuden presurosos a hablar de “la larga noche de los quinientos años”. Bonita metáfora. Una pena que en los últimos doscientos la “noche” haya corrido por cuenta propia. Otros incluso tienen fuero legislativo y no dudan en pedir que Juan Carlos de Borbón pida disculpas al caudillo por ponerlo en su sitio. Así nos va.
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12 de noviembre de 2007
Lo callaron
El presidente/caudillo de Venezuela cree que cualquier acto público al que asiste es un mitin político. De esos que él patrocina con el dinero de los venezolanos procedente de la bonanza que viven los países productores de petróleo. Uno de esos eventos “bolivarianos” a los que acuden prestos a reírle los chistes –a cambio de algunos millones de petrodólares- los presidentes de Nicaragua, Ecuador y Bolivia, así como algún testaferro de la familia Castro, a la sazón dictadores de Cuba. Chávez Frías pensó que la Cumbre Iberoamericana era el plató de televisión de su programa, “Aló Presidente”. Pero se equivocó.
Se confundió de lugar, de escenario y de público. Pero su mayor yerro fue pensar que se encontraba rodeado de esos títeres a los que les patrocinó la campaña electoral o de esos otros que no dudan en hacerse la foto con él con tal de que les condone un poquito de deuda, como el presidente argentino Kichner. El fanático de Bolívar se topó con un señor al que le importan un bledo sus petrodólares o sus canales de televisión. Un caballero que representa a un país que no tiene que mendigar por sus ayudas. El jefe de Estado de una nación que puede prescindir de la amistad de un dictadorzuelo de nuevo cuño, que se cree el libertador de América Latina, cuando en realidad lo que intenta es imponer el totalitarismo absoluto en todo el continente.
Hugo Chávez se tuvo que callar. Su bravuconería se le vino al suelo delante de todo el planeta. Su chulería posterior y los apoyos de sus gargantas agradecidas del continente americano no sirven de nada porque, como dijo Schopenhauer, “el honor es como las cerillas: sólo sirve una vez”.
Pero la lectura política de este asunto debe llegar mucho más allá de la anécdota, la cual, aunque importante en sí misma, no deja de ser un hecho aislado y, hasta cierto punto, simpático. En primer lugar está claro que España, como hemos dicho aquí muchísimas veces, tiene que recuperar su protagonismo en el continente americano. Las acusaciones de “fascista” contra el presidente Aznar, por parte de Chávez, son un asunto menor si lo comparamos con las amenazas veladas de Kichner contra las empresas españolas o los señalamientos del nicaragüense y ex dictador Ortega acerca del papel jugado por el embajador español en las últimas elecciones presidenciales de su país. En esta cumbre se ha evidenciado, de nuevo, que España no tiene una influencia real en la política del continente y que, para colmo, se le considera un “enemigo” por parte de esta nueva ola de populistas de corte socialista que empiezan a tener más poder en la región.
El otro factor a señalar es la devolución de la “amistad” que Chávez y sus secuaces le vienen propinando a Rodríguez Zapatero. Ante la insistencia del presidente del Gobierno español por considerar a estos líderes chavistas “aliados estratégicos”, éstos no dudan en dejar claro que España no es el amigo que ellos necesitan. Ellos, aupados por el ascendente precio del petróleo, no necesitan de la complacencia de ningún presidente novato empeñado por hacer ver al mundo su simpatía por todo lo que huela a izquierda. La actuación de Rodríguez durante la Cumbre Iberoamericana nos permite albergar esperanzas acerca de este aspecto. No obstante parece ser que ya el Presidente ha dicho que confía en que “las relaciones entre Venezuela y España no se vean afectadas por este incidente”.
Por último, las reacciones políticas que en España se han producido ante el suceso. La de Mariano Rajoy torpe como de costumbre. Hay que reconocer que Rodríguez actuó correctamente y lo que viene ahora es solicitar que se deje claro a estos dictadorzuelos qué es España y qué no es. Intentar sacar partido político del incidente no era lo más conveniente para el líder de la oposición. La de Gaspar Llamazares simplemente vergonzosa. Si este señor cree que atacar a Juan Carlos de Borbón es lo “políticamente correcto” dentro de su trasnochada visión de España, mejor que pida asilo político en Cuba, allí esas parrafadas neocomunistas son siempre bien recibidas.
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