El 27 de septiembre de 2015 los catalanes fueron llamados a
las urnas –los catalanes han acudido a las urnas tres veces en menos de dos
años- para elegir al gobierno autonómico por medio del sistema de
representación parlamentario. Los partidos independentistas (Junts Per Si y CUP) obtuvieron un 47,8
por ciento de los sufragios. Debido al sistema electoral que distribuye los
votos de forma no proporcional, los soberanistas obtuvieron un 53,33 por ciento
de los escaños parlamentarios en juego y formaron gobierno.
Las negociaciones para componer este gobierno de corte
independentista, culminaron con la designación de Carles Puigdemont como
presidente de la Generalitat de Cataluña, el cual no se presentó a las
elecciones. Dicho de otro modo, los catalanes tienen como presidente autonómico
a un señor que ni siquiera era candidato, sino que llegó al poder por medio de
negociaciones entre partidos.
La mayoría de los catalanes que no votaron por partidos
independentistas guardó silencio, como lo guardan ahora. Muchos amedrentados
por la virulencia con la que ejercen sus derechos de libertad de expresión y
manifestación una parte de los vencedores en aquella contienda electoral: los
partidarios de extrema izquierda agrupados en torno a la formación
anticapitalista denominada Candidatura de
Unidad Popular (CUP) y a los que se unen los militantes más radicales de Ezquerra Republicana de Cataluña (ERC).
La fractura de Cataluña quedó evidenciada en las elecciones
de 2015 y ha ido en aumento desde entonces. Los independentistas, con su
pírrica victoria en la contienda electoral, han ido capitalizando espacios de
opinión e invadiendo todos los ámbitos de la vida pública catalana. Desde las
instituciones catalanas, hasta la educación.
Esta apropiación de lo público ha contado en gran medida con
el apoyo de la marca local del partido nacional de izquierda populista Podemos, En Comú Podem, que gobierna en varios municipios catalanes,
destacando la alcaldía de Barcelona. Una agrupación que se opone a la
independencia pero que apoya la convocatoria de un referéndum. Esta posición
ambivalente sirve a los populistas para captar votos en las revueltas aguas de
la política catalana.
Este adueñamiento institucional del independentismo, ha
creado una imagen falsa de Cataluña y los catalanes, de forma que se nos hace
creer que todos los catalanes quieren la independencia de España. Las urnas
indican que es falso: la mayoría de los catalanes no votó por partidos
independentistas.
Sin embargo, esa mayoría de catalanes permanecen en
silencio. Como en silencio permanecen también otros muchos catalanes que,
aunque son partidarios de la celebración de un referéndum legal, no al margen
de la ley como el convocado por los independentistas, son personas moderadas y
sensatas que ven cómo la convivencia en Cataluña se va deteriorando a pasos
agigantados.
Parece que los partidos moderados catalanes, integrantes de
la antigua Convergencia y Unió (CiU),
hoy en vías de extinción, no quieren ver que sus aliados en este intento de
quebrar España, son grupos radicales que poco a poco van tomando el control de
la situación. No parecen darse cuenta de que, en el remoto escenario de una
independencia catalana, ellos exigirán el poder. “Nosotros conseguimos la independencia, ahora queremos el poder”,
será la frase que tendrán que soportar los catalanes, todos los catalanes, si continúan
dejando el protagonismo a los radicales.
Adicional a lo anterior, está la escalada de tensión que
viene generando el independentismo en su pulso contra el estado de derecho. Este
movimiento táctico, crea un sentimiento de posibilidad entre muchos catalanes
que ven cerca la independencia. No parecen ser conscientes de la gravedad de la
ruptura unilateral que promulgan los líderes radicalizados del independentismo.
La frustración de una parte importante, aunque minoritaria y resentida, de la
sociedad catalana ante la imposibilidad de la independencia, puede tener graves
consecuencias en términos de violencia.
Ante este sombrío escenario, no para la unidad de España, si
no para el futuro de Cataluña. Llega la hora de que los catalanes levanten su
voz de forma pacífica contra la deriva radical a la que los conduce el
independentismo. Muchos se escudan en la posición cómoda de la llamada al
diálogo. Otros tienen miedo porque saben que serán señalados como botiflers –apelativo del siglo XVIII con
el que se insulta a los contrarios a la independencia-. Pero que los catalanes
nunca olviden que ellos son más y tienen el apoyo del resto de los españoles.