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24 de mayo de 2008
Algunos apuntes sobre la crisis alimentaria
Últimamente el mundo de la actualidad informativa, salvando los acontecimientos nacionales o locales, gira en torno a unos pocos asuntos. Los medios de comunicación del mundo entero invierten ríos de tinta, miles de horas de grabación y millones de páginas virtuales en estos temas. En eso consiste realmente la globalización, porque la información, salvo en unos pocos países que viven bajo regímenes dictatoriales, como Cuba, es lo único que vence cualquier tipo de barrera. Una de estas noticias con las que nos bombardean a diario es con la crisis mundial por la escasez de alimentos básicos.
Sobre esta situación de alza constante en los precios de los productos de la canasta básica hemos leído infinidad de noticias, multitud de columnas de opinión y no pocos análisis agoreros. Casualmente, cuando se habla acerca del origen de esta crisis mundial casi se señala, casi como único causante de la misma, el empleo de alimentos para la producción de combustible, capaz de sustituir la altísima dependencia de los combustibles fósiles, o sea, el petróleo.
Creo que deberíamos empezar por aclarar qué productos orgánicos que están sirviendo para la producción de combustibles. El etanol –o bioetanol- es un derivado del azúcar -caña y remolacha- y parece que es el más eficiente de los productos energéticos procedentes de la agricultura. En segundo lugar podemos hablar de los aceites, generadores del biodiesel, siendo soja, colza, girasol y palma los más empleados. Por último, y de forma muy residual, están otros granos como el maíz o subproductos como la paja de arroz o el sorgo.
A nivel mundial se contabiliza una producción total de 10 millones de toneladas de biocombustibles en sus diferentes figuras en todo el año 2007, lo cual es menos del consumo diario de petróleo existente hoy día en el mundo. No obstante, no hay que desdeñar el importante crecimiento anual que se viene produciendo en el consumo de biocombustibles: aproximadamente un 16 por ciento.
Para hacernos una idea más fidedigna de las cantidades mencionadas, en el mundo se producen unos 670 millones de toneladas de arroz al año. Producto que, por cierto, no se emplea para producir biocombustible, pero cuyo precio sigue subiendo como la espuma. Un pequeño detalle que siempre se les escapa a los analistas de la materia. Algo similar a lo que ocurre con el frijol: tampoco se utiliza para generar combustible.
Quizás haya que pensar en otras causas y dejar de señalar con el dedo acusador a la producción de biocombustibles como causante de todos los males de esta denominada “crisis alimentaria”. Reparemos en el siguiente dato: el principal productor de arroz del mundo, China, en pocos años ha sacado unos 100 millones de ciudadanos del umbral de la pobreza. Son nada menos que 100 millones de consumidores que ahora comen, principalmente arroz, a diario. Antes lo hacían ocasionalmente. Algo similar ha ocurrido en la India, segundo productor y consumidor mundial. Ambos países han dejado, prácticamente, de exportar arroz en menos de una década. En otras palabras, hay una mayor demanda y la oferta se ha mantenido constante, a pesar de la evolución de los precios.
A lo anterior hemos de unir el aumento inaudito de los precios del petróleo. Este incremento hace que la producción agrícola y el transporte de los productos se encarezca, en algunos casos hasta en un cuarenta por ciento.
Aquí reside el segundo aspecto clave que los expertos en el tema, normalmente procedentes de los países más desarrollados, obvian de forma metódica: ¿por qué no crece la oferta de granos si la demanda es más alta?. La respuesta no es simple, pero uno de los grandes conflictos en este tema es el proteccionismo bajo el que los dos grandes bloques comerciales: la Unión Europea (UE) y los EE UU, mantienen a sus sectores agrícolas.
A los países en vías de desarrollo se les ha limitado la posibilidad de dedicar sus extensos campos al cultivo de alimentos por dos vías. La primera es el establecimiento de fuertes barreras arancelarias que hacen inviable la exportación de su producción hacia el denominado “Primer Mundo”. La segunda es la presencia de ingentes subvenciones a los productores nacionales en la UE y los EE UU. Entre ambos mercados se calcula que invierten unos 200.0000 millones de dólares anuales en subsidiar a sus agricultores y ganaderos. En Europa estos sectores representan un uno por ciento del total de los empleos, pero se llevan cerca de la mitad del presupuesto comunitario. Con tales incentivos públicos, ¿quién puede competir?.
La globalización, de la que hablaba al principio, no es más que una palabra rimbombante. Si realmente existiera un mercado global libre, abierto y transparente, probablemente, este problema del que tanto se habla no existiría. Las subvenciones, los aranceles, la protección de los improductivos agricultores de las grandes potencias económicas nos están despeñando hacia una crisis que poco tiene que ver con el empleo de maíz para producir biodiesel.
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