
Llevo tiempo denunciando el increíble poder que tienen los medios de comunicación en la sociedad actual. Este poder es el que realmente está generando el fenómeno que conocemos como globalización y que tantos –y tan variopintos- detractores aglutina. Estos enemigos, curiosamente globalizados en sus proclamas, del mundo interconectado, sin embargo, nunca reparan en que son los medios de comunicación los que verdaderamente han creado el fenómeno global. Porque las mercancías, los capitales y las personas siguen teniendo fuertes barreras, tanto físicas como legales, para su libre movimiento por el globo terráqueo. La información no. Internet y la televisión vía satélite han eliminado cualquier tipo de frontera. Esta globalización, evidentemente mediática, hace que surjan modelos de comportamiento y de opinión uniformes en prácticamente todo el planeta.
El más claro ejemplo de lo que digo lo estamos viviendo hoy con algo que se está convirtiendo en la mayor preocupación de la Humanidad entera: el cambio climático. Desde que el excandidato a presidir los Estados Unidos de América, Al Gore, decidiera dedicar su existencia pública al tema, han corrido verdaderos ríos de tinta –por fortuna mucha ha sido digital- y se han producido millones de minutos de programas de televisión hablando acerca del mismo. Esta dedicación mediática ha sido y sigue siendo acumulativa y exponencial, es decir, cuanto más se habla del asunto más importante se vuelve para los medios y más espacio dedican a su análisis.
En este mundo lo que cuentan de verdad son los premios Oscar. Inequívoca puerta de entrada y catapulta de este “gran problema” que ha devuelto a la palestra al fracasado candidato Al Gore. No podemos culpar a la Academia Estadounidense de Cine de nada, dado que sus premios se basan en la calidad cinematográfica –o algo así- y no en el rigor científico. ¿Cómo van a saber los académicos del cine gringo que dentro de 50 años el nivel del mar se estima que crecerán en 20 ó 30 centímetros y no en 7 metros, como dice Gore en su laureado documental?. Tampoco podemos culpar a la Academia Sueca de las Ciencias de entregar el Nóbel de la Paz a este personaje. Al fin y al cabo no se lo dieron en la categoría de física, sino en esa otra rama tan etérea que es la paz. Ya los del Nóbel han dado claras muestras de ser partidarios de seguir la corriente mundial al otorgar este mismo premio a Yasser Arafat, Henry Kisinger o Rigoberta Menchu, por poner algunos ejemplos un tanto contradictorios.
De este modo nos encontramos que el cambio climático se está consolidando como el mayor conflicto que los habitantes de la Tierra tenemos entre manos. Desde Uzbekistán hasta Polinesia, pasando por España, en los medios de comunicación no se habla de otra cosa. Esto ha generado la opinión generalizada de que los gobiernos deben prestar atención prioritaria al asunto. Incluso la propia ONU anda más preocupada por este asunto que por erradicar la pobreza en el mundo o por reprender a los países ricos porque siguen vendiendo armas a los países africanos en permanente conflicto bélico. La ONU siempre tan mediática y tan mediatizada.
En este afán de seguir la corriente global y de agradar a la lobotomizada opinión pública española, siempre tan políticamente correcta, el presidente del Gobierno no cesa de centrar su agenda en tal importante asunto para los españoles. Desde recibir con honores de jefe de estado a Al Gore, hasta poner en marcha todo tipo de peregrinas medidas contra el cambio climático. Sin olvidar el cheque que se llevó hace unos días Bill Clinton a costa del bolsillo de los españoles. No hay palabras. España es uno de los países que menos contamina de toda Europa, sólo emite más gases que Portugal y Suiza. Pero se ve que España no tiene otros problemas. Lo del aumento de la cesta básica de la compra en dos dígitos es una bagatela comparado con el acuciante calentamiento terráqueo.
La gran paradoja de todo este asunto es que todo este movimiento global procede del país que más contamina del mundo. De la primera potencia mundial en emisión de dióxido de carbono, la cual ni siquiera acepta poner en marcha el denominado Protocolo de Kyoto. El que fuera vicepresidente de los EE UU ahora nos receta al resto de los mortales su “verdad incómoda” en formato urbi et orbi. Pero el oscarizado político no fue capaz en ocho años de gobierno de hacer absolutamente nada porque su país cumpliera con el Protocolo de Kyoto. Esa es la auténtica e incómoda verdad que nadie se atreve a decirle a Gore.