Tienen siempre los himnos algo de épico en sus letras: “Nuestro brazo nervudo y pujante contra el déspota inicuo opresor”, reza el himno patriótico del 15 de septiembre costarricense, escrito por el español Juan Fernández Ferraz. Al fin y al cabo de eso se trata, de ensalzar de forma exacerbada los valores del país al que se dedica el cántico, o de crear un enemigo común, aunque sea irreal. Muchos de esos himnos fueron creados precisamente para generar un imaginario común de Estado.
Ese imaginario creado a finales del siglo XIX en Costa Rica aún sigue vigente -por suerte-, si bien es manoseado hasta el punto de perder, no ya su esencia, sino cualquier atisbo de valor patriótico.
Hace unos días un grupo de manifestantes coreaban el único verso que les interesaba de ese mismo himno: “… derechos sagrados la Patria nos da”. Apostados al frente de la Asamblea Legislativa empujaban a la policía, a la cual lanzaban botellas, palos y monedas con el fin de asaltar el edificio del Primer Poder de la República. La Patria otorga derechos nada menos que sagrados para insultar, agredir y coaccionar a la autoridad legalmente establecida.
Esa misma noche un grupo de jóvenes cortaban el libre tránsito en San Pedro de Montes de Oca, a pocos metros de la Universidad de Costa Rica. Al intentar ser disueltos por la policía, con los rostros cubiertos, comenzaron a lanzar todo tipo de objetos a las fuerzas de seguridad. Con la llegada del cuerpo antimotines, los delincuentes huyen a refugiarse dentro del recinto universitario. Un lugar al que los asaltantes y sus defensores atribuyen la misma categoría jurídica de una embajada extranjera.
Esos derechos sagrados se los atribuyen los supuestos estudiantes agresores gracias a la autonomía administrativa de las universidades públicas. Una inmunidad legal emanada de ese transfigurado imaginario patriótico.
En esta ocasión el mismísimo Presidente de la República reconoce los derechos sagrados tras la llamada de su mentor político, Alberto Salom, rector de la UNA y uno de los funcionarios mejor pagados de este país. Quedamos advertidos el resto de los ciudadanos: los estudiantes de las universidades públicas tienen más derechos sagrados que cualquier otro. Derechos incluso para delinquir sin posibilidad de detención por las autoridades.
En estos tiempos convulsos la atribución de derechos sagradosemanados de un himno decimonónico es el único valor seguro. El refugio al que se acoge cualquiera que, con un poco de agilidad mental, pretenda imponerse en una sociedad en la que la impunidad es la moneda de cambio de la sociedad. Bien sea para cortar calles, para destruir bienes públicos, apedrear a policías o tomar el camino corto.
Un valor tan seguro que incluso es avalado por la crema de la intelectualidad patria -parafraseando a Sabina-. Ahí los tienen desde sus púlpitos bañados de pluses salariales y beneficios sociales, el súmmum de los derechos sagradosque defienden en las calles menos de 4,000 sindicalistas. Hablan de equidad tributaria mientras se embolsan salarios de siete dígitos sin el menor reparo.
No hace falta ser muy avispado para darse cuenta de que cualquier ciudadano quiere tener su cuota de derechos sagrados. Si ellos cortan calles sin el menor atisbo de pagar las consecuencias, ¿por qué no voy yo a tirar la basura en medio de la calle?, ¿por qué no voy yo a saltarme un semáforo en rojo?, ¿quién me va a impedir buscar mi beneficio personal en medio de esta situación?. Al fin y al cabo derechos sagrados la Patria nos da.
Claro que lo que nadie canta es esa otra parte del himno: “… a los ruines esbirros espante que prefieren el ocio al honor”.