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30 de mayo de 2012

España ante su descomposición

Vivíamos tranquilos, vivíamos felices. Había dinero en la calle. Los bancos prestaban para el piso en la playa y hasta para amueblarlo y los ayuntamientos construían polideportivos y estatuas. Las arcas del Estado se llenaron con el ladrillo procedente del crédito fácil y España empezó a poblarse de aeropuertos y carreteras comarcales de cuatro carriles. Europa echaba más leña al fuego a base de fondos de cohesión.

Los liberales se gastaban millón y pico de euros en inaugurar un teatro y los socialistas construían plazas de toros en pueblos de la periferia. El pueblo seguía comprando adosados y los políticos seguían dilapidando la fortuna y contratando a la familia. Todos mirábamos para otro lado. Había dinero en la calle.

El dinero se iba extinguiendo conforme los bancos dejaron de prestarlo, porque no lo tenían. Nunca lo tuvieron. Así, decidimos gastar los ahorros para que no se notase. ¿Cómo prescindir de los gin-tonics a 12 euros y de la ropa de marca?. ¿Cómo dejar de construir aeropuertos en provincias semihabitadas o teatros en pueblos desiertos?.

Hoy no hay dinero. Tampoco quedan ahorros. El Estado comenzó hace dos años a dilapidar los de nuestros nietos. Aún así no queremos renunciar a nada. Salvo cuando llega la fatídica hora del despido o la rebaja de salario. Hora, por cierto, que todavía no ha llegado para la clase política española. ¿Cómo dejar en la calle a mi amigo del partido de toda la vida?.

España, sin dinero, sigue plagada de organismos públicos heredados del ladrillo: embajadores catalanes en la Quinta Avenida, institutos para el fomento de los bailes regionales y fundaciones para el sostenimiento de familiares de políticos profesionales. La piñata de los felices primeros compases del milenio no cesa, ni tiene atisbo alguno de detenerse. En lugar de eso, los ciudadanos, aquellos felices hombres y mujeres que compraban pisos en la playa y los amueblaban con créditos a 35 años al 2 por ciento de interés, están pagando los platos rotos.

En primer lugar por la vía impositiva. Para detener la sangría del Estado lo más cómodo es aumentar los impuestos, sobre todo los indirectos que se recaudan más rápidamente y afectan de forma homogénea a pobres y ricos.

A continuación llegan los recortes en las áreas más sensibles para la población en general: educación y sanidad. Son las grandes bolsas del gasto público y en las que se concentra el mayor número de funcionarios. Sin embargo no se recorta en gasto superfluo. Cada español cuenta en su casa con una pequeña farmacia, generalmente subvencionada, pero nadie es capaz de frenar el gasto farmacéutico imponiendo la venta de medicamentos por unidades. ¿Tan poderoso es el lobby farmacéutico?. Lo es. 

La educación es el futuro de un pueblo y el principal factor de igualdad de oportunidades. Ni en los mejores años del ladrillo ha sido una prioridad para los gobiernos mejorar el sistema educativo público. Por el contrario se disparó el gasto creando universidades en pueblos o comprando pizarras electrónicas, sin embargo nadie se preocupó de reformar el sistema y la calidad de la enseñanza siguió en picado. España es el país de la OCDE con peor valoración en el informe PISA. Ahora tampoco existe esa preocupación. Simple y sencillamente se reducen salarios o se eliminan plazas.

Ya no vivimos tranquilos, ya no somos felices. Estamos pagando las consecuencias. Las pagamos nosotros, los que han visto reducido su salario, se han ido al paro o los que hemos tenido que emigrar. Los políticos no pagan nada. Continúan en los consejos de administración de las cajas, sus familiares siguen en los organismos públicos, sus amigos de embajadores o en la agencia de cooperación internacional. ¿Quién va a detener esta locura?.

1 de agosto de 2011

¿Por qué el 15M no quiere culpables?


Napoleón Bonaparte, quizá uno de los más destacados militares que la Historia nos ha aportado, afirmó que "en las revoluciones existen dos tipos de personas, los que las hacen y los que se aprovechan de ellas". Él lo sabía bien, no en vano fue la Revolución Francesa la que le permitió alcanzar el poder.

Hoy en España se habla de revolución. Incluso algunos hablan de revueltas y las comparan con las acaecidas meses atrás en Libia, Siria o Túnez. Ponen en el mismo plano las dictaduras de Oriente Medio y la crisis política y económica que vive nuestro país. Allí los culpables son los dictadores, aquí políticos y banqueros.

Desde las filas oficiales del 15M los culpables de todo esto están claros: bancos, multinacionales y políticos. Todos juntos, un totum revolutum compacto, sin nombres y apellidos. Quizá si acaso se menciona a Emilio Botín. Aunque a Rubalcaba curiosamente se le mienta por no haber disuelto las acampadas. Pero a los grandes artífices de la crisis que vive la sociedad española, a esos, ni se les nombra.

Todos iguales. Políticos. Gobiernen o sean oposición. Hayan negado la crisis, la hayan ocultado o la hayan señalado y denunciado. Estuviesen en la gestión de las instituciones o clamando en contra de esa gestión. Lo mismo da. Todos culpables. Curioso, ¿no les parece?.

Yo lo que creo es que la inmensa mayoría de los que hoy gritan en las acampadas sin empleo, con trabajos precarios, viviendo en casa de los padres a los treinta y tantos y demás fauna que aún no ha abierto los ojos, en realidad también son culpables. Sí, culpables cuando en 2004 se desgañitaban en contra de una guerra que se sucedía a miles de kilómetros, sin ni siquiera percatarse de que España vivía en el esplendor de una nueva época dorada. Cuando se tiraron a la calle en plena jornada de reflexión ante la llamada de hoy candidato "Queremos un gobierno que no nos mienta".

Con el estómago lleno importan mucho las guerras en páramos desérticos. Cuando el paro se deja sentir con toda su crudeza, poco interesa que España combata en Libia y Afganistán.

No, entonces no se quejaban de los políticos, sino de los gobernantes. Entonces Aznar era el gran culpable por enviar tropas a Irak. Así que masivamente votaron a Rodríguez Zapatero. El líder bueno, el político inmaculado, el de las políticas sociales. Ese que hoy parece no tener culpa de nada.

En 2008 cuando la crisis era un clamor, a pesar de los miles de millones de euros gastados para ocultarla –gasto social, que llaman algunos-, le volvieron a votar. Quizá algunos menos, no lo dudo. Por eso quizá no interese señalar con el dedo a los que mintieron, a los que ocultaron, a los que dilapidaron durante casi una década, a los que nos arrastraron a la ignominia internacional, a los que han llevado este país a la más profunda de las crisis que se recuerdan.

De ahí que no haya culpables en esta revolución de indignados. Por eso nos hablan de la “crisis que vive el sistema capitalista internacional”, coincidente con el discurso aquel de “es una crisis internacional que afecta a todos los países de nuestro entorno”.

No es por otro motivo por el que ya no quieren hablar de reformas democráticas, sino de “salida social a la crisis” y “stoprecortes”. Simplemente porque en esa amalgama impersonal no señalan con el dedo a los que nos trajeron aquí con su voto.

En esta supuesta revolución también habrá dos tipos de personas: los que gritan en las plazas y los que se aprovechan de ellos para ocultar su culpa.